martes, 28 de agosto de 2018
El nombre, un territorio en el tiempo
¿Qué es un nombre?
Un nombre sirve para que nos llamen. Un nombre evoca un recuerdo de nosotros. Creemos que nuestro nombre significa nosotros mismos por eso lo escribimos en nuestras obras y en nuestra lápida. Es una ilusión de permanencia. Nacemos en un mundo que poco a poco va desapareciendo. Nosotros somos y luego fuimos en aquello que nos acompañó y con quienes fueron nuestros pares, amigos, compañeros y enemigos. Pasó el tiempo y quedan las ruinas, los sitios arqueológicos que nos cuentan historias para aquellos que tienen tiempo y el gusto por escucharlas.
Un nombre nos obliga a pensar que vamos a vivir para siempre. Por ese motivo construimos grandes casas pensando que van a estar siempre llenas, carreras exitosas que desaparecen el día que nos jubilamos. Ese tiempo en el que descubres que lo único que tienes es tiempo y es entonces cuando descubres lo delicioso que es malgastarlo. Se van los amigos, desaparecen los lugares que siempre han estado ahí. Poco a poco todo se va volviendo un polvo que se va con el viento.
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme
Cervantes, cuando no quiere acordarse del nombre, es para liberar a la historia de sus recuerdos. De esa manera, la historia fluirá por si misma, libre de ataduras, de vicisitudes pasadas. Un nombre nos define y nos ata. Poner un nombre te obliga a ceñirte a datos, a realidades que quizás el autor no consideraba relevantes para la historia. Si el protagonista es la locura de Alonso Quijano, para qué poner el foco de atención en otro lado. Un nombre es un territorio que define un "espacio simbólico" pero como es límite, también deja muchas cosas fuera. Y en la novela "El Quijote" se trata de hablar de la locura, de aquello que somos pero que no tiene nombre. Por eso Freud, el padre del concepto del subconsciente, valoraba tantísimo esta novela.
Los monstruos, lo innombrable como válvula de escape
Las sociedades agrícolas tenían sus lobisomes, sus trasgos, diablumas... con más tiempo para aburrirse y por tanto para fabular, acostumbrados al nacimiento y a la muerte los campesinos crearon esos monstruos que habitaban los lugares recónditos, sitios donde podía ocurrir una desgracia o lo prohibido.
En las ciudades, lo prohibido suele tener un sobreprecio. Es una mercancía más a consumir. Tengo una amiga que de vez en cuando sueña que la visita un íncubo. Al principio soñaba que ese íncubo la violaba pero con el tiempo ha conseguido domesticarlo y cuando la "visita" en sueños le dice "Hazme sexo oral y ya déjame en paz". Cuando se murió mi madre, en el velorio me quedé solo a última hora, y durante un buen rato frente al féretro odié a todo el mundo. Día a día sigo siendo una persona educada y afable, sin embargo, ese odio no ha desaparecido pero carece de nombre y va conmigo pero es difícil de visualizar. Cuando nace un monstruo es cuando esa parte innombrable se le da un nombre. Es curioso porque el nombre de alguna manera hace que esa parte pierda también parte de su ser y de su esencia y se individualice... adquiera colmillos, cuernos y adquiere vida propia.
El nombre define y lo que no está nombrado es monstruoso. Mary Shelley escribió Frankenstein o el moderno prometeo. Curiosamente, en la novela, la criatura no tiene nombre. En el monstruo de Frankenstein concurren dos fantasmas que perseguían a Mary, su padre, encarnado en el Dr. Frankenstein y el deseo de Mary de devolver a la vida a su hija muerta prematuramente. Estos dos fantasmas dan lugar a un monstruo sin nombre al que hoy se le conoce por el nombre de su creador imaginario. Frankenstein es un monstruo de actualidad porque resume el dilema que intuimos reside en los robots que viven y vivirán cada vez más entre nosotros. No tienen un pasado y tampoco un futuro más allá de su vida útil. Sin embargo, tienen existencia, anhelos y capacidad de amar.
¿Qué les habría pasado antes, qué les sucedería después?
Un nombre da ilusión de permanencia. La locura, el subconsciente, aquello que no se nombra es algo que evoluciona y que depende del tiempo. Por eso es importante el qué habría pasado y el qué sucederá después. Entender porqué estamos o somos así y tomar una iniciativa para que lo que suceda después es una estrategia a la que están acostumbrados los buenos profesores. Los profes trabajan con personas en formación, en tránsito.
La gran contribución de C. Darwin fue la de contemplar a la vida en un continuo cambio. Hoy nos parece trivial pero antes de que él y Wallace publicasen sus resultados para todo el mundo resultaba obvio que lo que observaban había estado ahí desde el principio de los tiempos. El psicoanálisis nos mostró que mucho de lo que nos ocurre se gestó en tiempos donde nosotros no existíamos, durante la infancia de nuestros padres, durante la vida de nuestros abuelos.
Poner un nombre, incluso un nombre científico a una especie, crea una ilusión de estabilidad, de permanencia. Se pierde la perspectiva de una línea cronológica. Nosotros no estaremos, nuestros traumas serán heredados, modificados, generarán otros traumas. Algunos de nosotros crearemos cosas bellas que les recordarán a los que nos sucedan que lo bello existe, o que la verdad tiene un peso y una belleza en su simplicidad. Mucho del amor de los padres por los hijos tiene esa grandeza porque pueden vernos de pequeños aún cuando somos adultos, porque saben qué nos ha pasado y pueden ver más o menos como nos comportaremos en el futuro.
Un nombre sirve para que nos llamen. Un nombre evoca un recuerdo de nosotros. Creemos que nuestro nombre significa nosotros mismos por eso lo escribimos en nuestras obras y en nuestra lápida. Es una ilusión de permanencia. Nacemos en un mundo que poco a poco va desapareciendo. Nosotros somos y luego fuimos en aquello que nos acompañó y con quienes fueron nuestros pares, amigos, compañeros y enemigos. Pasó el tiempo y quedan las ruinas, los sitios arqueológicos que nos cuentan historias para aquellos que tienen tiempo y el gusto por escucharlas.
Un nombre nos obliga a pensar que vamos a vivir para siempre. Por ese motivo construimos grandes casas pensando que van a estar siempre llenas, carreras exitosas que desaparecen el día que nos jubilamos. Ese tiempo en el que descubres que lo único que tienes es tiempo y es entonces cuando descubres lo delicioso que es malgastarlo. Se van los amigos, desaparecen los lugares que siempre han estado ahí. Poco a poco todo se va volviendo un polvo que se va con el viento.
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme
Cervantes, cuando no quiere acordarse del nombre, es para liberar a la historia de sus recuerdos. De esa manera, la historia fluirá por si misma, libre de ataduras, de vicisitudes pasadas. Un nombre nos define y nos ata. Poner un nombre te obliga a ceñirte a datos, a realidades que quizás el autor no consideraba relevantes para la historia. Si el protagonista es la locura de Alonso Quijano, para qué poner el foco de atención en otro lado. Un nombre es un territorio que define un "espacio simbólico" pero como es límite, también deja muchas cosas fuera. Y en la novela "El Quijote" se trata de hablar de la locura, de aquello que somos pero que no tiene nombre. Por eso Freud, el padre del concepto del subconsciente, valoraba tantísimo esta novela.
Los monstruos, lo innombrable como válvula de escape
Las sociedades agrícolas tenían sus lobisomes, sus trasgos, diablumas... con más tiempo para aburrirse y por tanto para fabular, acostumbrados al nacimiento y a la muerte los campesinos crearon esos monstruos que habitaban los lugares recónditos, sitios donde podía ocurrir una desgracia o lo prohibido.
En las ciudades, lo prohibido suele tener un sobreprecio. Es una mercancía más a consumir. Tengo una amiga que de vez en cuando sueña que la visita un íncubo. Al principio soñaba que ese íncubo la violaba pero con el tiempo ha conseguido domesticarlo y cuando la "visita" en sueños le dice "Hazme sexo oral y ya déjame en paz". Cuando se murió mi madre, en el velorio me quedé solo a última hora, y durante un buen rato frente al féretro odié a todo el mundo. Día a día sigo siendo una persona educada y afable, sin embargo, ese odio no ha desaparecido pero carece de nombre y va conmigo pero es difícil de visualizar. Cuando nace un monstruo es cuando esa parte innombrable se le da un nombre. Es curioso porque el nombre de alguna manera hace que esa parte pierda también parte de su ser y de su esencia y se individualice... adquiera colmillos, cuernos y adquiere vida propia.
El nombre define y lo que no está nombrado es monstruoso. Mary Shelley escribió Frankenstein o el moderno prometeo. Curiosamente, en la novela, la criatura no tiene nombre. En el monstruo de Frankenstein concurren dos fantasmas que perseguían a Mary, su padre, encarnado en el Dr. Frankenstein y el deseo de Mary de devolver a la vida a su hija muerta prematuramente. Estos dos fantasmas dan lugar a un monstruo sin nombre al que hoy se le conoce por el nombre de su creador imaginario. Frankenstein es un monstruo de actualidad porque resume el dilema que intuimos reside en los robots que viven y vivirán cada vez más entre nosotros. No tienen un pasado y tampoco un futuro más allá de su vida útil. Sin embargo, tienen existencia, anhelos y capacidad de amar.
Película muy recomendable sobre la autora de Frankenstein. |
Un nombre da ilusión de permanencia. La locura, el subconsciente, aquello que no se nombra es algo que evoluciona y que depende del tiempo. Por eso es importante el qué habría pasado y el qué sucederá después. Entender porqué estamos o somos así y tomar una iniciativa para que lo que suceda después es una estrategia a la que están acostumbrados los buenos profesores. Los profes trabajan con personas en formación, en tránsito.
La gran contribución de C. Darwin fue la de contemplar a la vida en un continuo cambio. Hoy nos parece trivial pero antes de que él y Wallace publicasen sus resultados para todo el mundo resultaba obvio que lo que observaban había estado ahí desde el principio de los tiempos. El psicoanálisis nos mostró que mucho de lo que nos ocurre se gestó en tiempos donde nosotros no existíamos, durante la infancia de nuestros padres, durante la vida de nuestros abuelos.
Poner un nombre, incluso un nombre científico a una especie, crea una ilusión de estabilidad, de permanencia. Se pierde la perspectiva de una línea cronológica. Nosotros no estaremos, nuestros traumas serán heredados, modificados, generarán otros traumas. Algunos de nosotros crearemos cosas bellas que les recordarán a los que nos sucedan que lo bello existe, o que la verdad tiene un peso y una belleza en su simplicidad. Mucho del amor de los padres por los hijos tiene esa grandeza porque pueden vernos de pequeños aún cuando somos adultos, porque saben qué nos ha pasado y pueden ver más o menos como nos comportaremos en el futuro.
Situada en la falda del monte de A Pastora, en las inmediaciones de un antiguo castro, se encuentran los restos de la antigua iglesia parroquial de Santa Mariña, patrona de Cambados. Las lápidas, un intento de que el nombre perdure en el tiempo, una ilusión de permanencia. Fuente |
lunes, 27 de agosto de 2018
jueves, 23 de agosto de 2018
José Acosta combate la teoría degenerativa con una gramática y un diccionario
La teoría degenerativa del naturalista francés del S. XVIII conde de Buffón decía: “todo lo que
hay de colosal y de grande en la Naturaleza, se formó en las tierras del
Norte”; y daba por descontado que, si las tierras del Ecuador
“produjeron algunos animales, ellos son especies inferiores, mucho más
pequeñas que aquellas producidas en el norte”. Esta teoría también se aplicaba a los humanos.
José Acosta, el jesuíta español que escribió la primera gramática y diccionario quechua, se dió cuenta de que los prejuicios se combaten cuando existe una comunicación. La falta de comunicación es lo que genera la xenofobia. José Acosta fue el autor de la Historia Natural y Moral de las Indias
José Acosta, el jesuíta español que escribió la primera gramática y diccionario quechua, se dió cuenta de que los prejuicios se combaten cuando existe una comunicación. La falta de comunicación es lo que genera la xenofobia. José Acosta fue el autor de la Historia Natural y Moral de las Indias
Evolución del poder en la península y su relación con la expansión de las lenguas romances ibéricas
miércoles, 22 de agosto de 2018
viernes, 10 de agosto de 2018
¿Cómo haces para que esos cabrones trabajen?
Uno de los problemas de los movimientos de izquierda es el buenismo.
Pensar que, como debemos liberar a los oprimidos el nuevo sistema
político no va a necesitar de mecanismos que garanticen que todo el
mundo cumpla con su tarea, que aquellos que detentan poder no abusen de
él.
¿Cómo haces para que esos cabrones trabajen cuando ya no está el capataz? Esa es una pregunta oculta que nadie quiere tocar en "Rebelión en la granja" pero que está ahí y es necesaria. Quienes entienden esta necesidad son los cerdos que acumulan poder y se vuelven en opresores para que el nuevo sistema funcione, traicionando así los principios de igualdad y no explotación que guiaron la revolución.
En el feminismo ocurre algo semejante. La mujer está oprimida. Hay que liberarla... y al mismo tiempo nos encontramos con que es más fácil obtener sexo para una mujer de un hombre que viceversa, eso confiere un poder que no se puede mentar bajo la premisa "la mujer está oprimida". La mujer le dedica mucho tiempo a la familia y eso le da un papel preponderante, y en los divorcios ese papel tiene su peso, a favor de las mujeres. El control de los hijos también choca con la premisa "la mujer está oprimida" y no se puede hablar de ello.
La familia se basa en unos principios de reciprocidad, altruismo y cooperación. ¿Cómo haces para que esos principios se cumplan? La familia tradicional tenía unos mecanismos sutiles de represión: preservar el buen nombre de la familia, los sermones del cura en la iglesia etc, casi todos atentaban contra la libertad de la mujer. Poco a poco se han ido minando por la necesidad de dotar de los mismos derechos a las mujeres, por construir una sociedad más igualitaria y justa. Hoy en día hay una crisis de natalidad importante en aquellas sociedades más igualitarias. Tener hijos ha dejado de ser atractivo y deseable. Con la pérdida de la familia las personas dejamos de disfrutar de un espacio de solidaridad y de sociabilidad. Cada vez estamos más solos y nos sentimos más vulnerables.
Con
la pedagogía ocurre algo similar. Se ha trabajado muchísimo en mejorar
las técnicas de enseñanza: desarrollo de la imaginación, trabajo en
equipo... y sin embargo, entre los profesores, existe un secreto convencimiento de que una hostia de vez en cuando les vendría bien para espabilar.
En la "Morfología del cuento" del etnólogo soviético Vladimir J. Propp
nos cuenta que los cuentos son la transformación cultural de los
antiguos ritos de iniciación de las culturas cazadoras-recolectoras en
las que se sometía a los chicos a pruebas difíciles y a menudo mortales
como paso previo, como preparación, para la vida adulta.
¿Cómo haces para que esos cabrones trabajen cuando ya no está el capataz? Esa es una pregunta oculta que nadie quiere tocar en "Rebelión en la granja" pero que está ahí y es necesaria. Quienes entienden esta necesidad son los cerdos que acumulan poder y se vuelven en opresores para que el nuevo sistema funcione, traicionando así los principios de igualdad y no explotación que guiaron la revolución.
En el feminismo ocurre algo semejante. La mujer está oprimida. Hay que liberarla... y al mismo tiempo nos encontramos con que es más fácil obtener sexo para una mujer de un hombre que viceversa, eso confiere un poder que no se puede mentar bajo la premisa "la mujer está oprimida". La mujer le dedica mucho tiempo a la familia y eso le da un papel preponderante, y en los divorcios ese papel tiene su peso, a favor de las mujeres. El control de los hijos también choca con la premisa "la mujer está oprimida" y no se puede hablar de ello.
La familia se basa en unos principios de reciprocidad, altruismo y cooperación. ¿Cómo haces para que esos principios se cumplan? La familia tradicional tenía unos mecanismos sutiles de represión: preservar el buen nombre de la familia, los sermones del cura en la iglesia etc, casi todos atentaban contra la libertad de la mujer. Poco a poco se han ido minando por la necesidad de dotar de los mismos derechos a las mujeres, por construir una sociedad más igualitaria y justa. Hoy en día hay una crisis de natalidad importante en aquellas sociedades más igualitarias. Tener hijos ha dejado de ser atractivo y deseable. Con la pérdida de la familia las personas dejamos de disfrutar de un espacio de solidaridad y de sociabilidad. Cada vez estamos más solos y nos sentimos más vulnerables.
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