Tener hijos cambia la vida y también el cerebro. Un estudio que publicado en la revista Nature Communications muestra que la liberación de hormonas durante la gestación modifica la estructura cerebral de las embarazadas y las predispone a algunos comportamientos maternales, como la creación de un vínculo, con el feto primero y con el bebé después, o incluso la preparación del hogar para la llegada de la criatura, un comportamiento que se observa en muchos animales.
Compara esta noticia con la noticia anterior: Toxoplasma gondii manipula la elección de pareja en ratas al mejorar el atractivo de los machos. ¿Puede ser el ser humano simplemente una célula sexual protozoaria que manipula el cuerpo somático (nosotros) para lograr su transmisión a la siguiente generación?
¿Podría el estado modificar por ingeniería genética estas rutas hormonales que generan apego maternal para que la responsabilidad reproductiva pasase de los individuos al estado? Sabemos que podemos hacerlo mediante la edición Crispr-Cas.
Las hormonas son elementos que pueden hacer descompensar sociedades como se demostró en el experimento con ratones "Universo 25". Por ese motivo, podría haber la tentación de querer influir en este sistema hormonal, si llegado el caso, no funcionase como la sociedad requiere. Imaginemos un futuro distópico en dónde la gente no quiere tener hijos.
¿Cómo nos sentiremos cuando podamos re-escribirnos a nosotros mismos? Como elemento de discusión dejo la reflexión que Javier Peteiro escribió en el blog: "Lo extraordinario es que pueda percibirse el Gran Misterio como amor encarnado en un niño que nace en una aldea apartada, crece, percibe al Dios judío como próximo, tanto que le llama padre y cree apocalípticamente en la inminente llegada del Reino, hasta que muere gritando su abandono. No fue una muerte en vano; la perspectiva de lo imposible se hizo evidencia en algunos y esa evidencia, como confianza radical en que al final hay un sentido, acabó cuajando, propagándose para bien y para mal".
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