Un nombre sirve para que nos llamen. Un nombre evoca un recuerdo de nosotros. Creemos que nuestro nombre significa nosotros mismos por eso lo escribimos en nuestras obras y en nuestra lápida. Es una ilusión de permanencia. Nacemos en un mundo que poco a poco va desapareciendo. Nosotros somos y luego fuimos en aquello que nos acompañó y con quienes fueron nuestros pares, amigos, compañeros y enemigos. Pasó el tiempo y quedan las ruinas, los sitios arqueológicos que nos cuentan historias para aquellos que tienen tiempo y el gusto por escucharlas.
Un nombre nos obliga a pensar que vamos a vivir para siempre. Por ese motivo construimos grandes casas pensando que van a estar siempre llenas, carreras exitosas que desaparecen el día que nos jubilamos. Ese tiempo en el que descubres que lo único que tienes es tiempo y es entonces cuando descubres lo delicioso que es malgastarlo. Se van los amigos, desaparecen los lugares que siempre han estado ahí. Poco a poco todo se va volviendo un polvo que se va con el viento.
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme
Cervantes, cuando no quiere acordarse del nombre, es para liberar a la historia de sus recuerdos. De esa manera, la historia fluirá por si misma, libre de ataduras, de vicisitudes pasadas. Un nombre nos define y nos ata. Poner un nombre te obliga a ceñirte a datos, a realidades que quizás el autor no consideraba relevantes para la historia. Si el protagonista es la locura de Alonso Quijano, para qué poner el foco de atención en otro lado. Un nombre es un territorio que define un "espacio simbólico" pero como es límite, también deja muchas cosas fuera. Y en la novela "El Quijote" se trata de hablar de la locura, de aquello que somos pero que no tiene nombre. Por eso Freud, el padre del concepto del subconsciente, valoraba tantísimo esta novela.
Los monstruos, lo innombrable como válvula de escape
Las sociedades agrícolas tenían sus lobisomes, sus trasgos, diablumas... con más tiempo para aburrirse y por tanto para fabular, acostumbrados al nacimiento y a la muerte los campesinos crearon esos monstruos que habitaban los lugares recónditos, sitios donde podía ocurrir una desgracia o lo prohibido.
En las ciudades, lo prohibido suele tener un sobreprecio. Es una mercancía más a consumir. Tengo una amiga que de vez en cuando sueña que la visita un íncubo. Al principio soñaba que ese íncubo la violaba pero con el tiempo ha conseguido domesticarlo y cuando la "visita" en sueños le dice "Hazme sexo oral y ya déjame en paz". Cuando se murió mi madre, en el velorio me quedé solo a última hora, y durante un buen rato frente al féretro odié a todo el mundo. Día a día sigo siendo una persona educada y afable, sin embargo, ese odio no ha desaparecido pero carece de nombre y va conmigo pero es difícil de visualizar. Cuando nace un monstruo es cuando esa parte innombrable se le da un nombre. Es curioso porque el nombre de alguna manera hace que esa parte pierda también parte de su ser y de su esencia y se individualice... adquiera colmillos, cuernos y adquiere vida propia.
El nombre define y lo que no está nombrado es monstruoso. Mary Shelley escribió Frankenstein o el moderno prometeo. Curiosamente, en la novela, la criatura no tiene nombre. En el monstruo de Frankenstein concurren dos fantasmas que perseguían a Mary, su padre, encarnado en el Dr. Frankenstein y el deseo de Mary de devolver a la vida a su hija muerta prematuramente. Estos dos fantasmas dan lugar a un monstruo sin nombre al que hoy se le conoce por el nombre de su creador imaginario. Frankenstein es un monstruo de actualidad porque resume el dilema que intuimos reside en los robots que viven y vivirán cada vez más entre nosotros. No tienen un pasado y tampoco un futuro más allá de su vida útil. Sin embargo, tienen existencia, anhelos y capacidad de amar.
Película muy recomendable sobre la autora de Frankenstein. |
Un nombre da ilusión de permanencia. La locura, el subconsciente, aquello que no se nombra es algo que evoluciona y que depende del tiempo. Por eso es importante el qué habría pasado y el qué sucederá después. Entender porqué estamos o somos así y tomar una iniciativa para que lo que suceda después es una estrategia a la que están acostumbrados los buenos profesores. Los profes trabajan con personas en formación, en tránsito.
La gran contribución de C. Darwin fue la de contemplar a la vida en un continuo cambio. Hoy nos parece trivial pero antes de que él y Wallace publicasen sus resultados para todo el mundo resultaba obvio que lo que observaban había estado ahí desde el principio de los tiempos. El psicoanálisis nos mostró que mucho de lo que nos ocurre se gestó en tiempos donde nosotros no existíamos, durante la infancia de nuestros padres, durante la vida de nuestros abuelos.
Poner un nombre, incluso un nombre científico a una especie, crea una ilusión de estabilidad, de permanencia. Se pierde la perspectiva de una línea cronológica. Nosotros no estaremos, nuestros traumas serán heredados, modificados, generarán otros traumas. Algunos de nosotros crearemos cosas bellas que les recordarán a los que nos sucedan que lo bello existe, o que la verdad tiene un peso y una belleza en su simplicidad. Mucho del amor de los padres por los hijos tiene esa grandeza porque pueden vernos de pequeños aún cuando somos adultos, porque saben qué nos ha pasado y pueden ver más o menos como nos comportaremos en el futuro.
Situada en la falda del monte de A Pastora, en las inmediaciones de un antiguo castro, se encuentran los restos de la antigua iglesia parroquial de Santa Mariña, patrona de Cambados. Las lápidas, un intento de que el nombre perdure en el tiempo, una ilusión de permanencia. Fuente |
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