«La mayoría de la gente sólo cree que sabe lo que desea.
Uno piensa, por ejemplo, que le gustaría ser un médico famoso, o profesor de universidad, o ministro, pero su verdadero deseo, que él no conoce en absoluto, es ser un simple y buen jardinero.
Otro piensa que le gustaría ser rico o poderoso, pero su verdadero deseo es ser payaso de circo. Mucha gente piensa, también, que desearía de verdad que a todos los seres humanos del mundo les fuera bien, que todos pudieran ser felices y vivir contentos, que todos fueran amables con los demás, que triunfara la verdad y reinara la paz…
Muchos de ellos se asombrarían si conociesen sus verdaderos deseos. Sólo creen que desean todo eso porque les gustaría verse a sí mismos como personas virtuosas o buenas. Pero el que les guste no significa obligatoriamente que lo deseen de verdad.
Sus deseos reales se orientan a menudo hacia otras cosas completamente distintas; incluso a veces justamente hacia lo contrario. Por eso jamás están real y completamente de acuerdo consigo mismos. Y como los deseos ajenos son de historias ajenas, ellos jamás viven su propia historia. Y por eso, naturalmente, tampoco pueden hacer magia».
Michael Ende En La escuela de magia
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