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viernes, 3 de mayo de 2019

Serotonina de Houellebecq

Nada me había inducido a creer que había para mí un lugar donde vivir, ni un entorno, ni un motivo

Se puede leer esta breve sentencia de Houellebecq en la página 279 de la novela Serotonina en su edición de Anagrama
La honradez de Michael Houellebecq describiendo al hombre desprovisto de trabajo, familia y juventud es admirable. Tiene el acierto describir uno de los conflictos más acuciantes en este siglo XXI: al reducir a las personas a individuos despojados de historia, de familia, de relaciones con la sociedad los convertimos en la grasa que hace que la cadena de mando mueva con fluidez todo el sistema. Ya en "Los orígenes del totalitarismo" Hannah Arendt nos explica cómo los regímenes totalitarios tipo Hitler o Stalin, buscaban la anulación de la persona para fortalecer el estado

J. M. Coetzee , el premio Nobel sudafricano, también tiene la sensibilidad de darse cuenta de este problema. En su novela Desgracia narra la entrada en la vejez de un hombre, Lurie,  blanco heterosexual, divorciado y alejado de la familia. Ambientada en la Sudáfrica post-apartheid, este hombre desprovisto de familia, de trabajo y de juventud se encuentra frente a Petrus, un hombre negro, ambicioso, con dos esposas y vínculos con su tribu.

En este siglo XXI nos encontramos ante nuevas formas de opresión. Una opresión difícil de detectar porque nos adula, nos entretiene, nos colma de sabores y experiencias mientras nos arrebata el suelo de debajo de nuestros pies. En ambas novelas, Serotonina y Desgracia, hay un conflicto por la tierra. En Serotonina, el mejor amigo del protagonista es un rico aristócrata con miles de hectareas. A pesar de ser un terrateniente tiene deudas. Trata de llevar su granja de 300 vacas de manera tradicional pero no puede competir con las granjas industrializadas y se cubre de deudas que va pagando vendiendo poco a poco sus tierras. En Desgracia, la hija del protagonista le cede parte de su tierra a Petrus, su aparcero. Los amigos de Petrus la violan. Ella acepta para ser aceptada como una más en esa tierra. El padre observa impotente.

El protagonista de Serotonina se llama Florent-Claude y odia sus nombre porque le resulta poco virile, casi andrógino. Dice "mi segundo nombre, Pierre, se correspondía perfectamente con la imagen de firmeza y virilidad que me habría gustado transmitir al mundo". Pierre, Pedro, Petrus, la piedra.

Este territorio te pertenece. Nadie te lo puede quitar

La mayor suerte que he tenido en la vida ha sido tener a mis padres. Con padres como los míos mucho se tendría que torcer la cosa para que me pase algo malo. Los cimientos son la parte más importante de una casa.

Esta anécdota me la han escuchado cientos de veces mis hijos. Veníamos de la playa por la carretera Baiona-Porriño. Al pasar la curva de la Abelenda hay una pequeña recta desde donde se puede ver "o val da Louriña" (valle da la Louriña, en gallego). En medio del valle se extiende O Porriño. Mi padre dijo algo así como "qué bien se ve Porriño desde aquí" y yo, despectivo, dije "menuda mierda de pueblo". La bronca de mi padre fue monumental. No fue una bronca normal, fue "la bronca". Lo que me quería decir lo entendí, como siempre, mucho después. Hoy en día, la mayor parte de mi esfuerzo pedagógico es en la línea de lo que trató de transmitirme mi padre ese día: si es tu pueblo no puede ser una mierda. Honra lo que eres.

Recta después de la curva de la Abelenda desde donde se ve O Porriño
A mi Porriño me sigue pareciendo, objetivamente, un pueblo feo, pero entendí lo que me quiso decir mi padre. Muchas veces cuando alguien te dice que lo tuyo es feo lo hace para quitarte lo único que tienes, para despojarte en último extremo de tu dignidad.

El conflicto del que trata la novela de Houellebecq o la de Coetzee no es otra cosa que el drama de aquellos que no han sabido crear un territorio a base de tener un espacio, una historia, familia y relaciones con la sociedad. El primer paso es honrar de donde vienes, lo que eres y lo que vas a dejar detrás.

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