Más que el Día del
Padre, tendría sentido celebrar el día mundial de padre o el día
del orgullo paterno. Quedaríamos así los padres reflejados en
categoría precaria y reivindicativa, víctimas como somos del
complejo de San José.
Me refiero al papel
accidental que representa el carpintero en el portal de Belén. Es un
padre alquilado, un figurante sin linaje divino y un antecedente que
explica la posición gregaria del padre en la cultura mediterránea.
Provenimos los padres de un santo cabestrón al que han prestado el
halo para no deslucir la iconografía metafísica.
Es la paradoja de la
cultura machista. El hombre abruma con su testosterona, sus manazas y
sus privilegios, pero el padre se resiente de una posición
embarazosa en el espacio doméstico. Se lo leí al escritor François
Caviglioli en un libro bastante original que matizaba la diferencia
entre reinar y gobernar. Por eso decía que el patriarca bíblico, el
pater familias latino, el sultán otomano, el capo siciliano, el
señorito cordobés, carecían de prestigio y hasta de atribuciones
en los inescrutables espacios domésticos. No digamos ya en los
matriarcados mediterráneos ni en la prolongación de Nueva Jersey
que representa el caso de Tony Soprano.
Típico meme que circula por Facebook |
El padre es la víctima experimental de la pinza que le proporcionan las alianzas materno-filiales a costa de la aureola de hojalata que concede la tradición a la figura testimonial de Don José. Sus atributos, los del santo, valen tanto como los de la mula y el buey, criaturas ambas, recordémoslo, incapacitadas para procrear.
“Que papá no se
entere” podría convertirse en el aforismo fundacional o recurrente
de nuestros hogares. Es el contrapeso de las culturas metaviriles y
la razón por la que los padres del Mediterráneo, de Algeciras a
Estambul, como canta Serrat, hombres solos en compañía de hombres
solos, se entretienen en el ágora, en el foro, en los cafés y en
las tabernas portuarias, esperando que los niños se vayan a la cama,
retrasando el momento de quitarse el disfraz de superhéroe en el
umbral del hogar, o cruzándolo de puntillas. Una vez dentro de la
extraña fortaleza, el padre, como le sucede a San José en la
claustrofobia del establo, se desempeña con extraordinaria torpeza,
expía el absentismo con las miradas recriminatorias, ignora los
códigos familiares, se desplaza sin brújula, escapa a comprar
cigarrillos cuando puede -incluso cuando no fuma-, castiga a
destiempo a la prole y la premia sin razón, incluso se expone a la
emboscada parricida con que el mito de Edipo se arraiga en nuestra
cultura.
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