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miércoles, 25 de enero de 2023

Erich Fromm: "El hombre ha perdido su capacidad para desobedecer"

 

Texto del psicólogo social, psicoanalista, sociólogo y filósofo alemán Erich Fromm, publicado originalmente bajo el título "La desobediencia como problema psicológico y moral"

Por: Erich Fromm

Reyes, sacerdotes, señores feudales, patrones de industrias y padres han insistido durante siglos en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio. Para presentar otro punto de vista enfrentamos esta posición con la formulación siguiente: la historia humana comenzó con un acto de desobediencia, y es probable que termine por un acto de obediencia.

Según los mitos hebreos y griegos, la historia humana se inauguró con un acto de desobediencia. Adán  y Eva, cuando vivían en el Jardín del Edén, eran parte de la naturaleza; estaban en armonía con ella, pero no la trascendían. Estaban en la naturaleza como el feto en el útero de la madre. Todo esto cambió cuando desobedecieron una orden. Al romper vínculos con la tierra y madre, al cortar el cordón umbilical, el hombre emergió y fue capaz de dar el primer paso hacia la independencia y la libertad. El acto de desobediencia  liberó a Adán y Eva y les abrió los ojos. Se reconocieron uno a otro como extraños y al mundo exterior como extraño e incluso hostil. El “pecado original” lejos de corromper al hombre, lo liberó; fue el comienzo de la historia humana. El hombre tuvo que abandonar el Jardín del Edén para aprende fiar en sus propias fuerzas y llegar a ser plenamente humano.

Para los profetas la historia es el lugar en que el hombre se vuelve humano, desarrollando sus capacidades de razón y amor, hasta que crear una nueva armonía entre él, sus congéneres y la naturaleza. Esta nueva armonía se describe como “el fin de los días”, ese periodo de la historia en que hay paz entre el hombre y el hombre, y entre el hombre y la naturaleza. Es un “nuevo” paraíso creado por el hombre mismo.

También para el mito griego de Prometeo, toda la civilización humana se basa en un acto de desobediencia. Prometeo, al robar el fuego de los dioses, echó los fundamentos de la evolución del hombre. No habría historia humana si no fuera por el “crimen” de Prometeo. Él, como Adán y Eva, es castigado por su desobediencia. Pero no se arrepiente ni pide perdón. Por el contrario, dice orgullosamente, : “Prefiero estar encadenado a esta roca, antes que ser el siervo obediente de los dioses”.

El hombre continuó evolucionando mediante actos de desobediencia. Su desarrollo espiritual solo fue posible porque hubo hombres que se atrevieron a decir no. Pero además su evolución intelectual dependió de su capacidad de desobediencia - desobediencia a las autoridades que trataban de amordazar los pensamientos nuevos, y a la autoridad de acendradas opiniones según las cuales el cambio no tenía sentido-.

Si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien, provocar el fin de la historia humana. No estoy hablando en términos simbólicos o poéticos. Existe la probabilidad de que la raza humana destruya la civilización y también toda la vida sobre la tierra. Estamos viviendo técnicamente en la era atómica, pero la mayoría de los hombres -incluida la mayoría de los que están en el poder-  viven aún emocionalmente  en la Edad de Piedra. Si la humanidad se suicida, será porque la gente obedecerá a quienes le ordenan apretar los botones de la muerte; porque obedecerá a las pasiones arcaicas de temor, odio, codicia; porque obedecerá a los clisés obsoletos de soberanía estatal y honor nacional.

Pero no quiero significar que toda la desobediencia sea una virtud y toda obediencia un vicio. Tal punto de vista ignoraría la relación dialéctica que existe entre obediencia y desobediencia. Un acto de obediencia a un principio es necesariamente un acto de desobediencia a su contra parte, y viceversa. Antígona constituye el ejemplo clásico de esta dicotomía. Si obedece a las leyes inhumanas del Estado, Antígona debe desobedecer necesariamente las leyes de la humanidad. Si obedece a estas últimas, debe desobedecer a las primeras. Todos los mártires de la fe religiosa, de la libertad y de la ciencia han tenido que desobedecer a quienes deseaban amordazarlos, para obedecer a su propia conciencia, a las leyes de la humanidad y la razón. Si un hombre solo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo; si solo puede desobedecer y no obedecer, es un rebelde (no un revolucionario); actúa por cólera, despecho, resentimiento, pero no en nombre de una convicción o de un principio.

Sin embargo, para prevenir una confusión entre términos, debemos establecer un importante distingo. La obediencia a una persona, institución o poder (obediencia heterónoma) es sometimiento; implica la abdicación de mi autonomía y la aceptación de una voluntad o juicio ajenos en lugar del mío. La obediencia a mi propia razón o convicción (obediencia autónoma) no es un acto de sumisión sino de afirmación. Mi convicción y mi juicio, si son  auténticamente míos, forman parte de mí. Si los sigo, estoy siendo yo mismo.

Es preciso dos precisiones más. La palabra conciencia se utiliza para expresar dos fenómenos que son muy distintos entre sí. Uno es la “conciencia autoritaria”, que es la voz internalizada de una autoridad a la que estamos ansiosos de complacer y temerosos de desagradar. La conciencia autoritaria es la conciencia de la que habla Freud, y a la que llamó superyó. Este superyó representa las órdenes y prohibiciones del padre internalizadas y aceptadas por el hijo debido al temor.

Distinta de la conciencia autoritaria es la “conciencia humanística”; ésta es la voz presente en todo ser humano e independiente de sanciones y recompensas externas. La conciencia humanística se basa en el hecho de que como seres humanos tenemos un conocimiento intuitivo de lo que es humano e inhumano, de lo que contribuye a la vida y de lo que la destruye. Es la voz que nos reconduce a nosotros mismos, a nuestra humanidad.

La conciencia autoritaria (superyó) es también obediencia a un poder exterior a mí, aunque este poder haya sido internalizado. Conscientemente creo que estoy siguiendo a mi conciencia; en realidad, sin embargo, he absorbido los principios del poder. La obediencia a la “conciencia autoritaria”, tiende a debilitar la “conciencia humanística”, la capacidad de ser uno mismo y de juzgarse a sí mismo.

También debe precisarse, por otra parte, la afirmación de que la obediencia a otra persona es ipso facto sumisión, distinguiendo la autoridad “irracional” de la autoridad racional. Un ejemplo de autoridad racional es la relación que existe entre alumno y maestro; uno de autoridad irracional es la relación entre esclavo y dueño. En ambas relaciones se acepta la autoridad de la persona que ejerce el mando, pero los intereses del alumno y del maestro, en el caso ideal,  se orientan en la misma dirección, es decir, el maestro se siente satisfecho si logra hacer progresar al alumno; si fracasa, ese fracaso es suyo y del alumno. El dueño del esclavo, en cambio, desea explotarlo en la mayor medida posible. Al mismo tiempo, el esclavo trata de defender lo mejor que puede sus reclamos a un mínimo de felicidad. Los interese del esclavo y del dueño son antagónicos.

Hay otra distinción paralela a ésta: la autoridad racional lo es porque la autoridad, sea la que posee un maestro o un capitán de barco que da órdenes en una emergencia, actúa en nombre de la razón que, por ser universal, podemos aceptar sin someternos. La autoridad irracional tiene que usar la fuerza o la sugestión, pues nadie se prestaría a la explotación si dependiera de su arbitrio evitarlo. 

¿Por qué se inclina tanto el hombre a obedecer y por qué le es tan difícil desobedecer? Mientras obedezco al poder del Estado, de la Iglesia o de la opinión pública, me siento seguro y protegido. En verdad, poco importa cuál es el poder al que obedezco. Es siempre una institución, u hombres, que utilizan de una u otra manera la fuerza y que pretenden fraudulentamente poseer la omnisciencia y la omnipotencia. Mi obediencia me hace participar del poder que reverencio, y por ello me siento fuerte. No puedo cometer errores, pues ese poder decide por mí; no puedo estar solo, porque él me vigila; no puedo cometer pecados, porque él no me permite hacerlo, y aunque los corneta, el castigo es sólo el modo de volver al poder omnímodo. 

Para desobedecer debemos tener el coraje de estar solos, errar y pecar. Pero el coraje no basta. La capacidad de coraje depende del estado de desarrollo de una persona. 

Sólo si una persona ha emergido del regazo materno y de los mandatos de su padre, sólo si ha emergido como individuo plenamente desarrollado y ha adquirido así la capacidad de pensar y sentir por sí mismo, puede tener el coraje de decir “no” al poder, de desobedecer. Una persona puede llegar a ser libre mediante actos de desobediencia, aprendiendo a decir no al poder. Pero no sólo la capacidad de desobediencia es la condición de la libertad; la libertad es también la condición de la desobediencia. Si temo a la libertad no puedo atreverme a decir “no”, no puedo tener el coraje de ser desobediente. En verdad, la libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables; de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero. Hay otra razón por la que es tan difícil atreverse a desobedecer, a decir “no” a la autoridad. Durante la mayor parte de la historia humana la obediencia se identificó con la virtud y la desobediencia con el pecado. La razón es simple: hasta ahora, a lo largo de la mayor parte de la historia, una minoría ha gobernado a la mayoría. Este dominio fue necesario por el hecho de que las cosas buenas que existían sólo bastaban para unos pocos, y los más debían conformarse con las migajas.

El hombre ha perdido su capacidad de desobedecer, ni siquiera se da cuenta del hecho de que obedece. En este punto de la historia, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer puede ser todo lo que media entre la posibilidad de un futuro para la humanidad, y el fin de la civilización. 

jueves, 19 de enero de 2023

Las familias endogámica nos explican las bondades de la variabilidad genética

Los árboles genealógicos se expanden como las acacias africanas

Acacia tortilis. Fuente: Wikipedia

Por ejemplo:

Sistema de numeración genealógica Sosa-Stradonitz. Fuente

Sin embargo, esta progresión geométrica no puede mantenerse hasta el infinito ya que 2 elevado a 64, es decir, el número de antepasados hace 64 generaciones sería un cifra 1.8 seguido de 19 ceros, o lo que es lo mismo 18 trillones. Nunca ha habido 18 trillones de humanos, sin embargo, si ha habido más de 64 generaciones. ¿Cómo pueden haber tantas generaciones con poblaciones reducidas? Mediante la endogamia. Es lo que se conoce por el fenómeno del “implexo”: la progresión, en lugar de expandirse, en un momento dado, comienza a implosionar, a cerrarse. Y los mismos sujetos se repiten en varias generaciones. Hasta el punto de que siguiendo hasta lo máximo hacia atrás, no vamos a encontrar miles de millones de ancestros, sino uno o dos solos: el primer hombre o la primera mujer. O sea que en el método Sosa Stradonitz, yendo bastante hacia atrás, comenzaremos a ver al mismo sujeto clasificado con diferentes numeraciones. Y esto se produce también en los casos de matrimonios endogámicos, o sea dentro de la misma familia.  

Cupressus sempervirens: Fuente: iNaturalist

 Los Whittaker son una familia endogámica, que es la unión o reproducción entre individuos de ascendencia común; es decir, de una misma familia. Ellos viven en condiciones bastante precarias y el cineasta logró grabar su vida al natural para convertirlo en un documental.

Mark Laita es un productor y fotógrafo estadounidense, creador del documental que recopila diferentes capítulos sobre dicha familia. Aunque no fue fácil llegar a ellos, logró hacerlo y captar su realidad, la condición en la que viven y las maneras en las que se comunican entre ellos.

Según Laita, la primera vez que intentó acercarse a los Whittaker, varios miembros de esta familia y vecinos lo insultaron, intentaron agredir y evitaban a toda costa que pudiera ingresar a la vivienda de ellos. Esta reacción, de acuerdo a lo contado por el documentalista, fue porque ellos viven alejados de la civilización y se cohíben de conocer el mundo exterior para evitar ser juzgados, burlados y criticados por la sociedad.

Cuando pudo tener contacto con estas personas, se dio cuenta que tenían malformaciones en su rostro, no hablaban alguna lengua clara, sino que, en cambio, se comunicaban con ladridos, aullidos y gritos.

La familia reside en Virginia Occidental y, de acuerdo a Laita, no tienen educación y viven bajo absoluta pobreza; con ellos conviven varios perros que tienen como mascotas.

Breakfast With the Whittakers. Fuente: Soft White Underbelly

Los Austrias son una dinastía real europea. Tenían la costumbre de casarse entre primos. 



Carlos II de España murió sin dejar descendencia. Carlos II de España (1661-1700) fue descendiente de tres generaciones de abuelos y abuelas con siete matrimonios consaguíneos virtualmente incestuosos, con coeficientes de endogamia de F = 1/8 y F = 1/16, es decir con 12,5% y 6,25% de genes idénticos por descendencia.

Arbre Ordo: árboles genealógicos de las órdenes monásticas y religiosas

En la Hacienda La Andaluza de Riobamba tienen este Arbre ordo en su colección de antiguedades:


Los árboles genealógicos están en nuestra cultura mucho antes de su irrupción en la biología. 

Árbol genealógico de Guillermo el Conquistador. Biblioteca Británica
Arbre ordo de San Benito, ms. XIX B1 (1431), fol. 126. © MuséeCondé, Chantilly . Fuente 

LUCÍA GÓMEZ-CHACÓN, Diana (2016): "Arbre Ordo: árboles genealógicos de las órdenes monásticas y religiosas", Base de datos digital de Iconografía Medieval. Universidad Complutense de Madrid. En línea: https://www.ucm.es/bdiconografiamedieval/arbre-ordo

https://www.ucm.es/artereformaespanamedieval/lucia_gomez-chacon_santo_domingo_guzman

https://www.surco.org/sites/default/files/cuadmon/roberts.pdf