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miércoles, 17 de diciembre de 2014
domingo, 14 de diciembre de 2014
La educación exige emociones
Reproduzco este artículo de Borja publicado en El País. No es que sea nada nuevo pero está muy bien explicado
¿Estamos educando a las nuevas generaciones para
vivir en un mundo que ya no existe? El sistema pedagógico parece haberse
estancado en la era industrial en la que fue diseñado. La consigna
respecto al colegio ha venido insistiendo en que hay que “estudiar
mucho”, “sacar buenas notas” y, posteriormente, “obtener un título
universitario”. Y eso es lo que muchos han procurado hacer. Se creyó
que, una vez finalizada la etapa de estudiantes, habría un “empleo fijo”
con un “salario estable”.
Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken Robinson, “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”.
Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.
Cada vez más adolescentes sienten que el colegio no les aporta nada
útil ni práctico para afrontar los problemas de la vida cotidiana. En
vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos, se limitan a
darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos
amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el
orden social establecido.
Del mismo modo que la era industrial creó su propia escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo de colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada. Sin embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad. Ahogada por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará mucho tiempo en completarse. Según Robinson, “ahora mismo sigue estando compuesto por tres subsistemas principales: el plan de estudios (lo que el sistema escolar espera que el alumno aprenda), la pedagogía (el método mediante el cual el colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y la evaluación, que vendría a ser el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.
La mayoría de los movimientos de reforma se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”, concluye este experto. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los chavales descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que verdaderamente les apasiona.
En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.
La base pedagógica de esta educación en auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. Eso sí, el gran referente del siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el ranking elaborado por el informe PISA.
La educación emocional está comprometida con promover entre los
jóvenes una serie de valores que permitan a los chavales descubrir su
propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al servicio de
la sociedad. Entre estos destacan:
Autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno mismo.
Responsabilidad. Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el propósito de vida que se persiga.
Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.
¡Esta casa no es un hotel!
Irene Orce (Grijalbo)
Este libro es un manual de educación emocional para padres de adolescentes. Está escrito desde la perspectiva de los chavales, y su intención es proporcionar claves y herramientas para que los adultos aprendan a crear puentes más constructivos con sus hijos.
Documental
La educación prohibida
Un documental que propone cuestionar las lógicas de la escolarización moderna y la forma de entender la educación, visibilizando experiencias educativas diferentes, que plantean la necesidad de un nuevo paradigma educativo.
Felicidad. La felicidad es la verdadera naturaleza
del ser humano. No tiene nada que ver con lo que se tiene, con lo que se
hace ni con lo que se consigue. Es un estado interno que florece de
forma natural cuando se logra recuperar el contacto con la auténtica
esencia de cada uno.
Amor. En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así, amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.
Talento. Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas cualidades, fortalezas, habilidades y capacidades que permiten emprender una profesión útil, creativa y con sentido.
Bien común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y que además hace bien al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar como de gastar dinero.
En vez de seguir condicionando y limitando la mente de l as nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta era– los colegios harán algo revolucionario: educar. De forma natural, los niños se convertirán en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. Y estos se volverán adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que quieren ver en la educación
Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken Robinson, “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”.
Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.
La voz de los adolescentes“Desde muy pequeño tuve que interrumpir mi educación para empezar a ir a la escuela”
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez
Del mismo modo que la era industrial creó su propia escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo de colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada. Sin embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad. Ahogada por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará mucho tiempo en completarse. Según Robinson, “ahora mismo sigue estando compuesto por tres subsistemas principales: el plan de estudios (lo que el sistema escolar espera que el alumno aprenda), la pedagogía (el método mediante el cual el colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y la evaluación, que vendría a ser el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.
La mayoría de los movimientos de reforma se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”, concluye este experto. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los chavales descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que verdaderamente les apasiona.
En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.
La base pedagógica de esta educación en auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. Eso sí, el gran referente del siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el ranking elaborado por el informe PISA.
¿Para qué sirve?
“Educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente”
Lao Tsé
“Educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente”
Lao Tsé
Autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno mismo.
Responsabilidad. Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el propósito de vida que se persiga.
Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.
Claves para saber más
Libro¡Esta casa no es un hotel!
Irene Orce (Grijalbo)
Este libro es un manual de educación emocional para padres de adolescentes. Está escrito desde la perspectiva de los chavales, y su intención es proporcionar claves y herramientas para que los adultos aprendan a crear puentes más constructivos con sus hijos.
Documental
La educación prohibida
Un documental que propone cuestionar las lógicas de la escolarización moderna y la forma de entender la educación, visibilizando experiencias educativas diferentes, que plantean la necesidad de un nuevo paradigma educativo.
Amor. En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así, amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.
Talento. Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas cualidades, fortalezas, habilidades y capacidades que permiten emprender una profesión útil, creativa y con sentido.
Bien común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y que además hace bien al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar como de gastar dinero.
En vez de seguir condicionando y limitando la mente de l as nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta era– los colegios harán algo revolucionario: educar. De forma natural, los niños se convertirán en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. Y estos se volverán adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que quieren ver en la educación
sábado, 13 de diciembre de 2014
Ahora programas de investigación en Brasil
Debe de ser la tónica general: programas "bungee" de investigación ahora también en Brasil. http://duvi.uvigo.es/index.php?option=com_content&task=view&id=9324&Itemid=12
La cosa es la siguiente: el gobierno de turno tiene un dinero y lo utiliza para publicitar su buena gestión con el eslogan "atraer investigadores extranjeros de prestigio para promocionar la consolidación, expansión y la internacionalización de la ciencia y la tecnología en el país X".
Les llamo programas "Bungee" porque se trae al investigador extranjero por un periodo que no excede tres años y ya se acabó. En esos tres años esperan que el investigador le de la vuelta al país. ¿No se les ha ocurrido que al investigador le hace falta una estabilidad laboral para desarrollar su proyecto de investigación? ¿Qué tiene familia?
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Qué suerte tenemos de ser como somos!
Que nos permite conocer a personas como Susana Eva Martínez. Os dejo un enlace a una entrevista que le han hecho. Susana tiene una empresa que relaciona Ciencia y Teatro. No es que sea necesaria. Susana es IMPRESCINDIBLE
http://mujeresconciencia.com/2014/12/10/susana-eva-martinez-la-ciencia-le-sobra-competitividad-y-le-falta-cooperacion-creatividad-y-riesgo/
http://mujeresconciencia.com/2014/12/10/susana-eva-martinez-la-ciencia-le-sobra-competitividad-y-le-falta-cooperacion-creatividad-y-riesgo/
domingo, 7 de diciembre de 2014
Utiliza un "estudio de Princeton" para vender bikinis con mucha tela
Utiliza un estudio de Princeton para vender su línea de bikinis con una excusa "científica", lo mismo que los de "Baby Einstein" hicieron lo mismo con un estudio de Yale. Al final se demostró que no había nada que justificase la eficacia de los métodos de "Baby Einstein". Me quedo con que los trajes de baño que tapan mucho protegen de forma más efectiva contra un melanoma
Gabilondo, de entrevistado, nos enseña a hacer entrevistas
Acaba la entrevista diciendo que para entrevistar hay que ESCUCHAR. Atención al minuto 53:12. ¡Grande Gabilondo!.
sábado, 6 de diciembre de 2014
Valores que hay que potenciar en la universidad
Solo
tengo una idea en mente y gira alrededor del concepto “Task Force”:
Dejar libertad y financiar que los profesores más exitosos en el
desempeño de su trabajo lideren y decidan qué alianzas formar entre
laboratorios o departamentos. Estas alianzas estarán justificadas
por el criterio profesional de los profesores líderes que tendrán
total libertad para formular estos acuerdos. Los resultados se
juzgarán no en base a si han cumplido con las directrices del
programa establecido sino en función del número de publicaciones
logrado, tesis realizadas y productos asociados a su trabajo. Estas
alianzas tendrán carácter temporal y se podrán suspender a
petición de los participantes o debido a una baja productividad. La
productividad será juzgada por un panel científico.
El
primer paso será determinar qué profesores pueden llegar a ser
líderes en este proceso. Se les agrupará por áreas. Es muy
importante que al menos en cada área haya un número mayor de cinco
profesores. De esos cinco se escogerá al líder que será el que
proponga qué programa desarrollar en base a su experticia. Los otros
cuatro evaluarán al cabo de un año o dos años su labor y se podrá
extender el tiempo de liderazgo basado en los logros conseguidos. La
supervisión de este panel será de forma anónima y cada opinión
deberá ser fundamentada en hechos. Estos informes serán evaluados a
su vez por otro comité de profesores ajenos a ese campo que
determinarán si el líder debe continuar o bien ceder el mando a
otro de sus pares.
Esto es
simplemente una simulación de lo que podría ser. Los detalles no
tienen importancia. Lo importante es la “Evaluación por Pares” y
que exista una masa crítica de evaluadores que permita la
competencia entre ellos y haga difícil el llegar a acuerdos que
debilitarían la capacidad coercitiva del panel de expertos.
Debemos
de escapar de la elaboración de programas cerrados que cercenen la
libertad de los agentes principales, en este caso los profesores, y
que al mismo tiempo sirvan para justificar la ausencia de productos
relevantes, es decir, ¿Cuántos informes habremos leído en donde se
cumplen rigurosamente todos y cada uno de los puntos del programa y
sin embargo los productos obtenidos son bien raquíticos? En estos
casos, el programa sirve de justificación: “Mira, he hecho todo lo
que se suponía que debía de hacer”, bajo esta premisa “Quien
obedece no se equivoca” y el evaluador tiene que dar por bueno el
informe.
Si en
estos programas somos capaces de introducir la “libertad de
cátedra”, la evaluación de grandes popes y la toma de decisiones
basadas en experticia y no en criterios políticos, habremos puestos
varios peldaños hacia el éxito.
Lo que
se propone es un sistema dinámico, temporal y que vaya refinándose
en base a la evaluación de expertos. Pasos a tomar:
1.
Determinar qué expertos estarán en los paneles
2.
Diseñar los paneles para que exista una masa crítica suficiente
para que existan facciones que se vigilen los unos a los otros.
3.
Dejar que los expertos decidan, según su experticia, es decir, de
manera razonada, qué programas hay que establecer dependiendo de los
recursos actuales (profesores, laboratorios) y de las necesidades del
país.
4.
Definir qué productos se esperan de esos programas.
5.
Permitir que los paneles de expertos decidan, dependiendo de los
presupuestos, personal e instalaciones qué programa y qué líder
deberá implementarse
6.
Dotar económicamente estos programas
7. Los
paneles de expertos después de un tiempo evaluarán los productos
obtenidos y revalidarán o no al líder del programa o por lo
contrario se suspenderá el programa y se buscará una alternativa
comenzando de nuevo en el punto 1 o 3, dependiendo del tiempo
transcurrido y de si hay nuevas incorporaciones de profesores que
justifiquen comenzar el proceso en el punto 1.
Agentes:
profesores, jefes de laboratorio, grupos de trabajo... aquí tengo
que reconocer que mi idea de líder es la de un tirano, con toda la
capacidad de decisión, que pueda ser depuesto en caso de
incompetencia :)
Papel
de los alumnos:
Aquí
habría que hacer una hoja de ruta, un contrato y definir
perfectamente deberes, obligaciones y derechos. Hablo de contrato por
considerar al estudiante como un “cliente” y no como un mero
receptor de conocimiento. Cliente en el sentido de que el estudiante
hace una inversión de tiempo y dinero y tiene derecho a percibir un
producto a cambio. Debemos de escapar de ese concepto del examen como
barrera a superar. Hoy en día después de superar muchas barrera el
estatus de licenciado, o de doctor ya no te garantiza un trabajo, una
fuente de ingresos. Por lo tanto, superar barrera para llegar a un
estatus académico debiera de ser el objetivo último. La relación
contractual con los alumnos debiera de ser: tu haces un esfuerzo
económico y de tiempo y yo te doy el manejo de estas técnicas, la
obtención de este título, la publicación de un trabajo científico
y el manejo de estas habilidades al fin de tu tiempo con nosotros.
Los
alumnos podrán evaluar la experiencia de aprendizaje. Estas
evaluaciones serán anónimas y públicas. Los comentarios de los
alumnos deberán estar basados en hechos contrastables en caso de ser
negativos. El departamento principal a cargo del programa de
postgrado velará por los derechos de los estudiantes. La función
principal de un programa de postgrado es la de formar y educar a los
estudiantes. Se fomentará que los alumnos, como colectivo, evalúen
y sugieran mejoras que se elevarán a los paneles de expertos como
parte de la evaluación del programa.
Próximos programas de Actuaciencia
José Luis Bustamante (Pepelu) para hablar de Bioconstrucción
Fabian Saenz, para hablar de parásitos
Danilo Silva para hablar de biodiversidad
Juan Lobos, profesor en Yachay para hablar de este proyecto de campus
Filtros de barro.
Fabian Saenz, para hablar de parásitos
Danilo Silva para hablar de biodiversidad
Juan Lobos, profesor en Yachay para hablar de este proyecto de campus
Filtros de barro.
viernes, 5 de diciembre de 2014
lunes, 1 de diciembre de 2014
El precio de no invertir en ciencia
José Manuel Lechado
Periodista
España es un país que sabe mucho acerca de las consecuencias de no invertir en ciencia. Con una historia caracterizada más por la persecución del conocimiento que por fomentarlo, es éste un factor que tiene mucho que ver con el atraso perenne no sólo de la ciencia, sino de la economía y la sociedad españolas en general.
Lo cierto es que la investigación científica, hasta fechas muy recientes, ha sido en España una dedicación entre peligrosa para la salud y ruinosa para el bolsillo. Los pocos científicos españoles que han logrado cierto renombre trabajaron siempre de forma heroica, a veces a escondidas y con frecuencia en el exilio. No olvidemos que incluso el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), fundado en fecha tan tardía como 1939 (por comparar, la Royal Society británica existe desde 1660), tenía la finalidad de «imponer […] al orden de la cultura las ideas esenciales que han inspirado nuestro glorioso Movimiento, en las que se conjugan las lecciones más puras de la tradición católica…». En definitiva, la principal institución «científica» de la España posterior a la Guerra Civil nacía no con fines investigadores, sino para vigilar la adecuación de los nuevos descubrimientos (realizados siempre en otros países) con la doctrina inquisidora de la religión católica.
Un país que depende de la investigación ajena carece de soberanía y no puede desarrollar una economía próspera. Pero no hablo sólo de un pasado más o menos remoto: no se puede decir que las cosas hayan cambiado en la España contemporánea, tan habituada a mirarse con satisfacción el ombligo («España va bien, créame porque se lo digo yo»; «El metro de Madrid, el mejor del mundo»; «El Prado, la pinacoteca más importante del Sistema Solar», etc.). La inversión del Estado Español en ciencia es ridícula (apenas un 1,45% de los Presupuestos Generales del Estado en 2014, y ésta es una cifra oficial que incluye abundantes partidas no científicas). Con unas condiciones de trabajo miserables y en deterioro constante, la fuga de cerebros es un mal que tiene un precio medible: como ocurre en tantos países del Tercer Mundo, la hacienda pública española sufraga los estudios de personas muy inteligentes que acaban trabajando en laboratorios e instituciones extranjeras, los cuales se ahorran los gastos de formación pero se quedan con los beneficios de la producción científica.
Por desgracia esta situación no es hoy exclusiva de los países atrasados. Las inversiones públicas en ciencia e investigación se han reducido también en las naciones más desarrolladas. Estados Unidos, Francia o el Reino Unido han rebajado sus presupuestos para ciencia pura (la que mayores réditos genera a largo plazo) y destinan gran parte de sus fondos y recursos en este terreno a diversas actividades de interés científico más que dudoso (pseudociencias, armamento, burocracia, premios para amigos obedientes, etc).
Es éste uno de los efectos más indeseables de la involución neocon que ahoga al mundo desde la década de 1980. Y en un panorama en el que sólo se habla de recortes, desempleo o primas de riesgo, llama la atención (o quizá no, dado el cariz de las gentes que gobiernan el mundo) que se pase por alto una actitud tan irresponsable como es el abandono de la investigación pura y su acompañante indispensable: la divulgación del conocimiento científico.
¿Por qué la sociedad tiende a pasar por alto este problema? Hay varias razones. La primera, que los políticos y gobernantes combinan la ignorancia más flagrante en temas científicos (bueno, y en los que no son científicos) con su fea costumbre de no decir la verdad. En especial los gobernantes mienten con aplomo cuando incluyen como inversión en ciencia (I+D+i lo llaman, con su cursilería corriente) lo que no es más que gasto militar. Una forma burda pero eficaz de enmascarar parte del derroche armamentístico, que crece sin parar en todo el planeta. La investigación en armas y tecnología militar no es ciencia, y la aplicación ocasional de sus hallazgos al campo civil no excusa este dispendio: sólo una pequeña porción del enloquecido presupuesto militar mundial redundaría en avances espectaculares si se dejara en manos de científicos de verdad.
Por otro lado los medios de comunicación suelen ignorar los asuntos científicos o los tratan de forma banal, mezclando noticias científicas con sensacionalismo pseudocientífico o anuncios de tecnología comercial destinada al consumo. La prensa tiene su parte de responsabilidad cuando, en lugar de ofrecer secciones de divulgación científica e información de primera sobre los descubrimientos, prefiere fomentar la falsa percepción de que la oferta incesante de juguetes electrónicos para consumo doméstico es ciencia, en lugar de mera ingeniería aplicada.
Por último la universidad, que históricamente ha dedicado muchos esfuerzos (al menos en los países más avanzados) a la investigación pura, se ve agobiada por una combinación de recortes presupuestarios, endogamia perniciosa e intromisión de las grandes empresas que frena cualquier línea de investigación que no aporte dinero rápido. Así, los departamentos universitarios emplean la mayor parte de sus recursos en ofrecer productos comerciales que a menudo no tienen el menor interés científico pero que les aseguran, como mínimo, el sostenimiento económico. A esto hay que añadir la resistencia natural de los cuerpos institucionales (y los claustros académicos lo son) a mantener su estatus frente a cualquier propuesta audaz o novedosa que discuta las «verdades» de unos catedráticos convertidos en funcionarios celosos de su puesto y que, además, no quieren que sus hipótesis y conjeturas, a las que han dedicado toda la vida, sean puestas en entredicho (actitud poco científica, pero muy humana).
Frente a tal situación no debemos olvidar que la ciencia es una inversión a largo plazo que no busca beneficios económicos inmediatos (aunque suele producirlos). Ni tampoco hay que pasar por alto un detalle fundamental: no es que la ciencia sea beneficiosa para la humanidad (que lo es), sino que es imprescindible. La investigación pura genera conocimiento, y sólo esto debería ser razón suficiente para apoyarla sin reparos, con generosidad. Es el desarrollo científico de los últimos siglos el que ha servido a nuestra especie para empezar a librarse de la oscuridad y la ignorancia del pasado.
Incluso si sólo podemos pensar en el rendimiento económico, la ciencia genera réditos de todo tipo: avances médicos, mejoras en la producción de alimentos, desarrollo de las comunicaciones, incremento de la información disponible, prolongación de la esperanza de vida… La ciencia no es un peligro, sino una herramienta que nos pertenece a todos los ciudadanos. En el proceso de destrucción del sector público sólo se habla de la educación o la sanidad, pero es más grave incluso el abandono de la inversión pública en ciencia: se deja el progreso en manos de un puñado de empresas privadas (farmacéuticas, alimentarias, electrónicas, informáticas o, ¡ay! armamentísticas) que no buscan el bien común, sino obtener el máximo beneficio de sus productos (con frecuencia en régimen de oligopolio o incluso monopolio).
El precio de abandonar la investigación pura es enorme. Implica, para empezar, una dependencia económica grave (España es un ejemplo histórico de primer orden en este sentido), pero además produce otros daños quizá menos evidentes, pero reales, como el crecimiento de la ignorancia y la superstición, que a medio y largo plazo deterioran la estructura social y empeoran la calidad de vida de las personas. No es un hecho inocente que en Estados Unidos muchos gobiernos locales y estatales hayan prohibido el estudio de la teoría evolutiva y promuevan el creacionismo bíblico. Esta apuesta disparatada por el fanatismo religioso supone una rendición a la ignorancia; la cual es, como se sabe, el primer fermento de la tiranía. Algo de eso estamos viendo ya en estos primeros y poco luminosos años del siglo XXI. Por otra parte, el atraso científico genera una pérdida de soberanía que se refleja en la balanza de pagos de los países más atrasados en este sentido (como España), un mal agravado por la citada fuga de cerebros.
Vivimos una época en la que es imprescindible que los ciudadanos salgan a la calle a exigir la restauración inmediata del sistema de derechos y libertades esquilmado por una clase política a sueldo de la gran empresa. En este contexto la reivindicación de la ciencia debería ser parte fundamental del programa.
Es preciso:
Recortar inversiones en ciencia (en ciencia de verdad) es un derroche imperdonable. Cada euro que se «ahorra» hoy en ciencia es una hipoteca incalculable a largo plazo. Y no sólo por razones económicas, sino porque la vida es descubrimiento y de lo que lleguemos a saber depende que nuestra especie tenga un futuro que merezca la pena.
Periodista
España es un país que sabe mucho acerca de las consecuencias de no invertir en ciencia. Con una historia caracterizada más por la persecución del conocimiento que por fomentarlo, es éste un factor que tiene mucho que ver con el atraso perenne no sólo de la ciencia, sino de la economía y la sociedad españolas en general.
Lo cierto es que la investigación científica, hasta fechas muy recientes, ha sido en España una dedicación entre peligrosa para la salud y ruinosa para el bolsillo. Los pocos científicos españoles que han logrado cierto renombre trabajaron siempre de forma heroica, a veces a escondidas y con frecuencia en el exilio. No olvidemos que incluso el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), fundado en fecha tan tardía como 1939 (por comparar, la Royal Society británica existe desde 1660), tenía la finalidad de «imponer […] al orden de la cultura las ideas esenciales que han inspirado nuestro glorioso Movimiento, en las que se conjugan las lecciones más puras de la tradición católica…». En definitiva, la principal institución «científica» de la España posterior a la Guerra Civil nacía no con fines investigadores, sino para vigilar la adecuación de los nuevos descubrimientos (realizados siempre en otros países) con la doctrina inquisidora de la religión católica.
Un país que depende de la investigación ajena carece de soberanía y no puede desarrollar una economía próspera. Pero no hablo sólo de un pasado más o menos remoto: no se puede decir que las cosas hayan cambiado en la España contemporánea, tan habituada a mirarse con satisfacción el ombligo («España va bien, créame porque se lo digo yo»; «El metro de Madrid, el mejor del mundo»; «El Prado, la pinacoteca más importante del Sistema Solar», etc.). La inversión del Estado Español en ciencia es ridícula (apenas un 1,45% de los Presupuestos Generales del Estado en 2014, y ésta es una cifra oficial que incluye abundantes partidas no científicas). Con unas condiciones de trabajo miserables y en deterioro constante, la fuga de cerebros es un mal que tiene un precio medible: como ocurre en tantos países del Tercer Mundo, la hacienda pública española sufraga los estudios de personas muy inteligentes que acaban trabajando en laboratorios e instituciones extranjeras, los cuales se ahorran los gastos de formación pero se quedan con los beneficios de la producción científica.
Por desgracia esta situación no es hoy exclusiva de los países atrasados. Las inversiones públicas en ciencia e investigación se han reducido también en las naciones más desarrolladas. Estados Unidos, Francia o el Reino Unido han rebajado sus presupuestos para ciencia pura (la que mayores réditos genera a largo plazo) y destinan gran parte de sus fondos y recursos en este terreno a diversas actividades de interés científico más que dudoso (pseudociencias, armamento, burocracia, premios para amigos obedientes, etc).
Es éste uno de los efectos más indeseables de la involución neocon que ahoga al mundo desde la década de 1980. Y en un panorama en el que sólo se habla de recortes, desempleo o primas de riesgo, llama la atención (o quizá no, dado el cariz de las gentes que gobiernan el mundo) que se pase por alto una actitud tan irresponsable como es el abandono de la investigación pura y su acompañante indispensable: la divulgación del conocimiento científico.
¿Por qué la sociedad tiende a pasar por alto este problema? Hay varias razones. La primera, que los políticos y gobernantes combinan la ignorancia más flagrante en temas científicos (bueno, y en los que no son científicos) con su fea costumbre de no decir la verdad. En especial los gobernantes mienten con aplomo cuando incluyen como inversión en ciencia (I+D+i lo llaman, con su cursilería corriente) lo que no es más que gasto militar. Una forma burda pero eficaz de enmascarar parte del derroche armamentístico, que crece sin parar en todo el planeta. La investigación en armas y tecnología militar no es ciencia, y la aplicación ocasional de sus hallazgos al campo civil no excusa este dispendio: sólo una pequeña porción del enloquecido presupuesto militar mundial redundaría en avances espectaculares si se dejara en manos de científicos de verdad.
Por otro lado los medios de comunicación suelen ignorar los asuntos científicos o los tratan de forma banal, mezclando noticias científicas con sensacionalismo pseudocientífico o anuncios de tecnología comercial destinada al consumo. La prensa tiene su parte de responsabilidad cuando, en lugar de ofrecer secciones de divulgación científica e información de primera sobre los descubrimientos, prefiere fomentar la falsa percepción de que la oferta incesante de juguetes electrónicos para consumo doméstico es ciencia, en lugar de mera ingeniería aplicada.
Por último la universidad, que históricamente ha dedicado muchos esfuerzos (al menos en los países más avanzados) a la investigación pura, se ve agobiada por una combinación de recortes presupuestarios, endogamia perniciosa e intromisión de las grandes empresas que frena cualquier línea de investigación que no aporte dinero rápido. Así, los departamentos universitarios emplean la mayor parte de sus recursos en ofrecer productos comerciales que a menudo no tienen el menor interés científico pero que les aseguran, como mínimo, el sostenimiento económico. A esto hay que añadir la resistencia natural de los cuerpos institucionales (y los claustros académicos lo son) a mantener su estatus frente a cualquier propuesta audaz o novedosa que discuta las «verdades» de unos catedráticos convertidos en funcionarios celosos de su puesto y que, además, no quieren que sus hipótesis y conjeturas, a las que han dedicado toda la vida, sean puestas en entredicho (actitud poco científica, pero muy humana).
Frente a tal situación no debemos olvidar que la ciencia es una inversión a largo plazo que no busca beneficios económicos inmediatos (aunque suele producirlos). Ni tampoco hay que pasar por alto un detalle fundamental: no es que la ciencia sea beneficiosa para la humanidad (que lo es), sino que es imprescindible. La investigación pura genera conocimiento, y sólo esto debería ser razón suficiente para apoyarla sin reparos, con generosidad. Es el desarrollo científico de los últimos siglos el que ha servido a nuestra especie para empezar a librarse de la oscuridad y la ignorancia del pasado.
Incluso si sólo podemos pensar en el rendimiento económico, la ciencia genera réditos de todo tipo: avances médicos, mejoras en la producción de alimentos, desarrollo de las comunicaciones, incremento de la información disponible, prolongación de la esperanza de vida… La ciencia no es un peligro, sino una herramienta que nos pertenece a todos los ciudadanos. En el proceso de destrucción del sector público sólo se habla de la educación o la sanidad, pero es más grave incluso el abandono de la inversión pública en ciencia: se deja el progreso en manos de un puñado de empresas privadas (farmacéuticas, alimentarias, electrónicas, informáticas o, ¡ay! armamentísticas) que no buscan el bien común, sino obtener el máximo beneficio de sus productos (con frecuencia en régimen de oligopolio o incluso monopolio).
El precio de abandonar la investigación pura es enorme. Implica, para empezar, una dependencia económica grave (España es un ejemplo histórico de primer orden en este sentido), pero además produce otros daños quizá menos evidentes, pero reales, como el crecimiento de la ignorancia y la superstición, que a medio y largo plazo deterioran la estructura social y empeoran la calidad de vida de las personas. No es un hecho inocente que en Estados Unidos muchos gobiernos locales y estatales hayan prohibido el estudio de la teoría evolutiva y promuevan el creacionismo bíblico. Esta apuesta disparatada por el fanatismo religioso supone una rendición a la ignorancia; la cual es, como se sabe, el primer fermento de la tiranía. Algo de eso estamos viendo ya en estos primeros y poco luminosos años del siglo XXI. Por otra parte, el atraso científico genera una pérdida de soberanía que se refleja en la balanza de pagos de los países más atrasados en este sentido (como España), un mal agravado por la citada fuga de cerebros.
Vivimos una época en la que es imprescindible que los ciudadanos salgan a la calle a exigir la restauración inmediata del sistema de derechos y libertades esquilmado por una clase política a sueldo de la gran empresa. En este contexto la reivindicación de la ciencia debería ser parte fundamental del programa.
Es preciso:
- Exigir una inversión creciente en ciencia pura, extrayendo para ello los recursos que se dilapidan en otros campos, como la corrupción generalizada, la estafa fiscal, los privilegios y caprichos de la clase política o el gasto criminal en juguetes para los militares.
- Fomentar en los niños, en casa, en la escuela, en la televisión, la radio e Internet, el amor por la ciencia. Parafraseando a Carl Sagan, cada niño perdido para la ciencia es un billete de vuelta al pasado más oscuro.
- Realizar un amplio esfuerzo divulgativo, tarea que es responsabilidad, en primer lugar, de los propios científicos. La ciencia debe ser explicada de forma comprensible y atractiva, y el lenguaje científico no puede ser una jerga sagrada que sólo entienden los iniciados. Como diría Richard Feynmann, si un científico no es capaz de explicar algo con claridad, es que él tampoco lo entiende. En este aspecto hay que acabar, de paso, con la idea errónea de que la ciencia es peligrosa. Lo peligroso es la ignorancia.
- Denunciar las patrañas de la religión y las pseudociencias. No se trata de prohibir creencias, pero sí se debe dejar claro que las fábulas de las religiones, la astrología, las abducciones de extraterrestres, la percepción extrasensorial y otras historias son, en esencia, mentiras. Algunas de ellas, por cierto, muy dañinas para la comunidad, como es el caso de las corrientes contrarias a la administración de vacunas o la negativa tajante de la Iglesia Católica a permitir el uso de preservativos a sus fieles.
- Recuperar la universidad como lugar de investigación científica. Si la empresa quiere profesionales especializados, que cree escuelas para ello y las pague con sus propios fondos. La universidad pública debe, por otro lado, patentar sus hallazgos y venderlos a precio de mercado cuando la empresa privada quiera hacer uso de ellos.
- Revivir el espíritu aventurero de la ciencia como cosa viva. Un museo de la ciencia es un disparate conceptual. La investigación es cosa activa, cambiante y apasionante: no se puede poner en un marco, como un lienzo apolillado con el retrato de un rey o un santo. Éste es, por cierto, uno de los principales atractivos de la ciencia: que se mueve, cambia y evoluciona, como la propia vida.
Recortar inversiones en ciencia (en ciencia de verdad) es un derroche imperdonable. Cada euro que se «ahorra» hoy en ciencia es una hipoteca incalculable a largo plazo. Y no sólo por razones económicas, sino porque la vida es descubrimiento y de lo que lleguemos a saber depende que nuestra especie tenga un futuro que merezca la pena.