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sábado, 30 de noviembre de 2013
viernes, 29 de noviembre de 2013
50 años de altruísmo
Cincuenta años de altruismo… evolutivo
Por ANXO SÁNCHEZ el 29/11/2013
Esta vez no se me ha pasado, como en el post sobre caos: se cumplen 50 años de la aparición del artículo “The evolution of altruistic behavior“, de William D. Hamilton [American Naturalist 97, 354-356 (1963)], tres breves páginas que adelantaban un trabajo fundamental de la biología teórica: “The genetical evolution of social behavior“, publicado a principios de 1964 y escrito en realidad antes de la nota de 1963 a la que me refiero. Bill Hamilton tenía entonces 27 años y acababa de consagrarse, con el trabajo de su tesis doctoral, como el teórico de la evolución más importante de la segunda mitad del siglo XX. Pero ¿de qué va esto del comportamiento altruista, y por qué es un problema?
Como ya he dicho otras veces, Darwin fue una de las mentes más brillantes de la historia de la humanidad y, con todo y eso, no fue capaz de resolver un grave problema de su teoría de la evolución: la existencia de comportamientos altruistas. Así describía sus dificultades al respecto en su libro “The Descent of Man“, de 1871 (la traducción es mía): “Aquél que está dispuesto a sacrificar su vida (…), en vez de traicionar a sus camaradas, a menudo no dejará descendencia que herede su noble naturaleza. Por tanto, parece prácticamente imposible (…) que el número de hombres dotados de tales virtudes (…) se incremente por selección natural, es decir, por la supervivencia de los más dotados.” Por decirlo mal y pronto: los buenos y generosos se extinguen debido a esas mismas características. ¿Por qué, entonces, hay una mayoría de gente que se comporta bien con los demás, incluso con los que no conoce y no volverá a ver? ¿Por qué ocurre esto en muchas especies, en particular entre los insectos, en las que hay castas enteras de individuos estériles que se limitan a defender a otros? ¿Cómo se puede explicar evolutivamente el altruismo?
La trayectoria que llevó a Hamilton a abordar este problema no es precisamente la habitual. Nacido en Egipto en 1936, de padres neozelandeses, se crió en Inglaterra, donde a los 12 años ya demostró su carácter intrépido cuando casi se mata al jugar con unas viejas latas de explosivo que había encontrado (perdió falanges de varios dedos y tuvo secuelas en los pulmones). El lugar donde se encontraba más feliz era en el campo, entre plantas e insectos, y muchas veces dormía al raso. Como por otro lado le gustaban las matemáticas, se decidió por estudiar genética en Cambridge, donde encontró a Fisher, una de las grandes influencias de su carrera, más por su libro The Genetical Theory of Natural Selection que por interacción personal. Sin embargo, Fisher y sus ideas no eran precisamente lo mejor visto en Cambridge, y como acostumbraba Hamilton emprendió su propio camino… en solitario. Los biólogos rechazaron ayudarle, porque hablar de la genética del comportamiento en los años 50 se consideraba poco menos que apología del nazismo y finalmente recaló, muy apropiadamente para este blog, en la London School of Economics, bajo la supervisión de Norman Carrier, del departamento de Demografía Humana, que parecía ignorar a partes iguales las dificultades del problema que ni Darwin ni sus discípulos habían logrado resolver, y su mala prensa entre los biólogos.
El trabajo de Hamilton es una primera explicación de la viabilidad del comportamiento altruista, restringida al caso en que los beneficiados comparten genes con su benefactor. Pero ojo con el calificativo ‘restringido’, porque el avance que suponen las ideas de Hamilton es descomunal. Después de todo, ¡en cien años no se había registrado avance alguno! Ese gran salto, la gran idea de Hamilton, fue generalizar el concepto que se venía manejando en evolución, el de fitness (no tengo traducción para esto, ni la usaría aunque la tuviera; Wikipedia propone aptitud). La fitnessde un organismo viene a ser, básicamente, el éxito reproductivo de cada ser vivo: cuántos más descendientes deja, más fitness. Así definida, está claro que realizar actos altruistas reduce lafitness, y con ello la probabilidad de que si hay un gen responsable de esos comportamientos, se pueda propagar a la siguiente generación. Lo que Hamilton hizo fue mostrar que, si se redefine la fitness para incluir a la descendencia de los parientes, es decir, de los individuos relacionados genéticamente con uno, el problema simplemente desaparece.
Es interesante, para entender estas ideas, fijarse en un problema concreto, de los que molestaban sobremanera a Darwin: la existencia de insectos estériles que ayudaban a otros de la colonia. ¿Qué sentido tienen estos individuos de fitness cero? La respuesta a esta pregunta la da la extraña estructura genética de muchos insectos del género Hymenoptera, llamada “haplodiploidía“. Las hembras nacen de huevos fecundados, y (como nosotros) son diploides, tienen un juego de cromosomas de la madre y otro del padre. Los machos, en cambio, sonhaploides: nacen de huevos no fecundados y sólo tienen un juego de cromosomas, el de la madre. Por tanto, las hembras comparten un 50% de los genes de la madre, pero el 100% de los del padre (el único cromosoma de éste pasa entero a la descendencia), por lo que entre ellas, entre las hermanas, comparten el 75% de sus genes, más que una hembra con su propia descendencia, que como ya hemos dicho es el 50%. Por tanto, y simplificando un tanto, no reproduciéndose y ayudando a sus hermanas a sobrevivir “ayudan” a más copias de sus genes. Así pues, el planteamiento del problema en términos de genes revela que el supuesto altruismo de las obreras estériles no es tal, sino que está orientado a propagar sus propios genes.
Pero Hamilton no se detuvo ahí, sino que desarrolló toda una teoría matemática en la que detallaba sus ideas sobre su nuevo concepto. En su cálculo entraba el descenso de fitness que supone a cada individuo un acto altruista y el incremento de fitness que tal acto proporciona al receptor. El resultado es que si el beneficio (B), ponderado por la relación genética entre altruista y receptor (r), es mayor que el coste del acto (C), los genes responsables de ese comportamiento pueden aumentar en las siguientes generaciones: la famosa regla de Hamilton de la selección de parentesco, rB>C. Otros grandes habían intuido la importancia de esa visión genética, como Haldane cuando dijo en 1930 “Daría mi vida por dos hermanos u ocho primos”, pero nadie había sido capaz de formalizarlo y entenderlo como Hamilton.
La publicación del trabajo de Hamilton no fue fácil, y de hecho tiene su morbo. Después de que dos evaluadores no fueran capaces de entender el artículo, el editor de Journal of Theoretical Biology envió el artículo a John Maynard-Smith, discípulo de Haldane, que sí logró entenderlo aunque con bastante esfuerzo, y recomendó aceptarlo con revisiones y dividirlo en dos partes, una más expositiva y una más “dura” matemáticamente. Maynard-Smith estaba trabajando sobre el concepto de selección de grupo, en lo más alto de la polémica por entonces, y el resultado de Hamilton acabó de inspirarle. Así, en 1964 publicó en Nature “Group selection and kin selection“, dónde mostraba que aquella solo era posible bajo condiciones muy restrictivas y exponía la viabilidad de la selección de parentesco, utilizando por primera vez el nombre “inclusive fitness“, como se ha conocido desde entonces a la fitness generalizada de Hamilton. Entretanto, Hamilton trabajaba en la revisión de su artículo, y como su beca se terminaba, y tenía que publicar, escribió una nota de tres páginas que envió a Nature y que fue rechazada, apareciendo finalmente en American Naturalist hace cincuenta años.
Las dificultades no sólo acompañaron la publicación del artículo de Hamilton, sino que ya no abandonaron a su idea central. La visión de la evolución centrada en los genes están en la base del famoso libro de Dawkins, “El gen egoísta“, en el que plantea que el gen, y no el individuo, es realmente la unidad de selección sobre la que actúa la evolución. El éxito de ventas del libro hizo muy popular el concepto, pero a la vez empezó a crear polémicas y divisiones en las que se mezclaba hasta el marxismo con la biología. Y la verdad es que el concepto de inclusive fitnesstiene sus detractores hasta hoy: en 2010, Nowak, Tarnita y Wilson publicaron un artículo en Nature en el que pretendían desmontar la teoría de Hamilton, que fue inmediatamenterespondido por más de 160 biólogos de primera línea (Nowak y Wilson vuelven esta semana a la carga y es de suponer que recibirán otra respuesta masiva). Entre discusión y discusión, en estos cincuenta años la regla de Hamilton y la selección por parentesco han contribuido a entender muchas aparentes paradojas de la evolución e incluso se han confirmado recientemente en el medio salvaje en un estudio de adopciones entre ardillas rojas.
En cuanto a Hamilton, el artículo de 1963 solo fue el principio de una larga serie de contribuciones fundamentales a la teoría evolutiva, entre las que destaca su siguiente trabajo sobre tasas de sexos extraordinarias, es decir, especies en las que el número de machos y hembras no está en relación 1:1. No sólo abrió una nueva área de investigación, sino que introdujo el concepto de “estrategia invencible”, que posteriormente Maynard-Smith y George Price (un personaje que tiene también mucho que ver con Hamilton y que merece un post por sí sólo; hay una reciente biografía aquí, de la que he tomado algunas ideas para este post y donde se cuenta, por ejemplo, que Hamilton llegó a exigir a Nature que publicaran un trabajo de Pricepara autorizarles a publicar otro suyo, ya aceptado) formalizarían como “estrategia evolutivamente estable“, que en muchas ocasiones coincide con el concepto de equilibrio de Nash. Y, como sabía que su inclusive fitness sólo explicaba el altruismo hacia los parientes, siguió estudiando el tema y de nuevo obtuvo otro resultado pionero con el politólogo Robert Axelrod, con el que publicó “The evolution of cooperation“, artículo del que, para apreciar su influencia, diré sólo que tiene casi 24000 citas, y me dejo hablar del tema para otro post.
Hamilton era un genio. Publicó poco, se prodigaba lo justo en el papel couché de la ciencia, siguió encontrándose mejor en el campo que escribiendo artículos, pero todo lo que publicaba eran ideas y líneas de investigación nuevas y fundamentales. Murió como buen altruista: para investigar el origen del virus del SIDA, y la hipótesis de que se hubiera originado en ciertas vacunas de polio, hizo una expedición al Congo para investigar poblaciones de primates, contrajo la malaria y murió en Londres en 2000, a los 64 años. Quién sabe qué más hubiera hecho si hubiera vivido; pero lo que nos dejó es ya impresionante.
Siempre lo había sospechado: la presión selectiva en ciencia favorece a los psicópatas
Un neurocientífico descubre que es un psicópata en potencia
EL HUFFINGTON POST | Publicado: 29/11/2013 12:06 CET | Actualizado: 29/11/2013 12:06 CET
SEGUIR:
Es la historia del cazador cazado. O del científico que lleva a cabo tantas investigaciones que al final acaba convirtiéndose en su objeto de estudio. Una tarde de octubre de 2005, James Fallon estaba observando tranquilamente escáneres de cerebros de asesinos en serie. Sólo estaba haciendo su trabajo, que consistía en buscar un punto común en el cerebro de los psicópatas. Lo que no sospechaba era que descubriría que él mismo era un asesino en potencia.
Fallon estaba analizando miles de imágenes de cerebros de asesinos, algunos de ellos esquizofrénicos o depresivos, y otros con cerebros normales. Así, contó al Smithsonianque "por azar, también estaba realizando un estudio sobre el Alzheimer, y en ese contexto, tenía encima de la mesa escáneres de mi cerebro y de toda mi familia".
En ese montón de escáneres de su familia, descubre uno que le llama la atención. En ese escáner, las zonas del cerebro ligadas a la empatía, a la moralidad y al autocontrol muestran una actividad débil… Son esas zonas las que juegan un importante rol en la psicopatía. Inmediatamente, se pone a verificar si no se trata de un error. Pero no, no hay ningún error.
HORROR, UN PSICÓPATA EN LA FAMILIA
En ese caso, no hay secreto que valga. Bajo el anonimato, se decide a comprobar de quién es ese cerebro. Y cuando pensaba que nada podía ir a peor… resulta que el cerebro… es el suyo. No puede entenderlo, y llega a poner en tela de juicio sus propias investigaciones:
“Nunca he asesinado ni violado a nadie. Así que, la primera cosa que pensé fue que mi hipótesis podría ser falsa, y que esas zonas del cerebro no reflejan la psicopatía ni un comportamiento asesino”.
Entonces James Fallon se dispuso a realizar otras investigaciones sobre psicopatía neurológica y comportamental, además de pruebas genéticas. El resultado: alelos que predicen un fuerte potencial agresivo, violento y carente de empatía. No hay forma de volver atrás, por lo que acaba admitiendo que es un psicópata.
VALE, UN PSICÓPATA, PERO DE LOS BUENOS
Sí, de los buenos. A lo que llamamos "psicópata prosocial", es decir, alguien a quien le cuesta ser empático pero que mantiene un comportamiento social aceptable.
¿Cómo explicar que alguien con un cerebro de psicópata no sea violento, sino estable, y que además triunfe como científico? James Fallon explica que el diagnóstico a menudo es difuso: algunos psicópatas no matan, simplemente tienen comportamientos psicopáticos.
Lo cierto es que no se puede definir a James Fallon como un angelito. "Tengo un espíritu de competición odioso. No dejo ganar ni a mis nietos. Soy un tipo imbécil con manías insoportables para la gente".
Vale, pero ¿cómo conseguiría atenuar su comportamiento psicopático y no los otros? Es ahí cuando hace referencia a su entorno, especialmente familiar, él que en una época se consideró puramente determinista.
"Me querían, y me sentía protegido", explica con sencillez. Sin olvidarse de añadir una dosis de libre albedrío: "desde que descubrí todo esto, me he esforzado por intentar cambiar mi comportamiento. De forma consciente, he hecho cosas que se consideran buenas acciones, y he pensado más en los sentimientos de los demás".
En lugar de guardarse todo esto para sí mismo, James Fallon ha dado una entrevista en la radio, e incluso ha escrito un libro, The Psychopath Inside. Pero, atención, precisa: "no hago esto porque de repente me haya vuelto simpático; hago esto por orgullo, porque quiero mostrar a todo el mundo y a mí mismo que puedo salir de esta".
Al final, él mismo admite que en realidad no se llevó una sorpresa. Siempre ha sabido que le encantaba manipular a la gente. Y entre sus ancestros hay unos cuantos asesinos, siete en total, como la célebre Lizzie Borden, acusada del asesinato a hachazos de su padre y de su suegra en 1892.
Para concluir, recordaremos que Le Gorafi, la web que publica información ficticia, ya había titulado así un artículo: "Una criminóloga descubre que ella misma era la responsable de seis asesinatos, tres atracos y dos secuestros". Como vemos, la realidad a veces supera la ficción.
martes, 26 de noviembre de 2013
Douglas Tompkins, multimillonario y conservacionista
Reproduzco a continuación una entrevista publicada en el periódico argentino La Nación
Espigado, su cuerpo magro y elástico como un junco no acusa 70 años de edad. Mochila negra al hombro, atildado de sport, Douglas Tompkins ingresa en el local Patagonia de la plaza San Martín, el lugar elegido por él para la entrevista, y su única excentricidad será pedir "un vaso de agua caliente" para beber. Nada advierte que el hombre que ahora se acomoda en el "living" del local -empresa fundada por su mejor amigo, con quien hizo cima en el Fitz Roy, y de la cual su mujer, Kris, fue CEO-, es un megamillonario, dueño de vastas porciones de tierras en la Argentina y Chile, y blanco de críticas lapidarias.
Los más suspicaces lo acusan de querer apropiarse del mayor acuífero de América del Sur. Lo dicen por sus dominios de 150.000 hectáreas en los esteros del Iberá. Allí mismo donde reside parte del tiempo y proyecta un futuro parque nacional (PN). Y donde libra una batalla de restauración ecológica y de reintroducción de especies extinguidas en Corrientes, como el oso hormiguero gigante, el venado de los pantanos y, próximamente, el yaguareté. En la Patagonia trasandina, algunos también lo acusan de escindir Chile en dos, mientras que para la platea global de ambientalistas, Tompkins se proyecta como un visionario magnánimo; una rara avis abocada a restaurar y conservar la biodiversidad en ecosistemas vulnerados, para luego legarlos como PN.
Cordial pero distante, muestra lo que se intuye es uno de sus pocos objetos de deseo, ya que es un férreo detractor del consumo banal: una Leica digital, con la que desde el biplaza, que él mismo pilotea, fotografía la evolución de paisajes degradados.
Deportista extremo, eximio esquiador, surfista y andinista, su paso por Buenos Aires será fugaz. Tan sólo unas horas para disertar en el Four Seasons sobre "La próxima economía": el paradigma de desarrollo orgánico y ecolocal pergeñado para contrarrestar la crisis ambiental desenvainada -sostiene- por un capitalismo "rapaz e irresponsable".
-¿Los deportes fueron su escuela formal y sellaron su destino conservacionista?
-Sin duda, mucho de lo que soy vino por el deporte. Conocí los lugares más silvestres por la escalada, mezclado con gente ajena a mi grupo social. Provengo de una familia [padre anticuario; madre, decoradora] de clase acomodada, que no se relacionaba con deportistas. A los 12 años fui a escalar y asomé a un mundo con vocación por la naturaleza, que no hubiera conocido si seguía la tradición familiar de educarme en Yale, como lo hicieron mis padres y abuelos.
-¿Pesó no pertenecer a una Ivy League?
-Le pesó a mi familia, no a mí. Incluso, no terminé el secundario: me expulsaron del internado por faltas leves. Y cuando debía retomar, opté por el deporte. No dejé, como dijo Mark Twain, que la escolaridad interfiriera con mi educación.
-¿Dejó el equipo nacional de esquí de Estados Unidos por el éxito empresarial?
-No. Ya había fundado The North Face cuando me quebré un tobillo y el DT de mi equipo me prohibió practicar otros deportes. Tengo ADN deportivo. No iba a resignar ninguno: seguí en la montaña y en la empresa. Ahora soy fanático del esgrima, sigo con el squash, escalo en Chile y acampo con mi mujer.
-¿Su ascenso al Fitz Roy, en 1968, selló su pasión por la Patagonia?
-No, comenzó antes. Aquel viaje posterior, de seis meses, con Yvon Chouinard [dueño de Patagonia], en van desde California y en velero desde Perú hasta Chile, para luego llegar al Fitz Roy y hacer cumbre a través de una ruta que nadie había intentado, fue una gran aventura. [N. de la R.: quedó registrada en el film Mountain of storms]. Habíamos leído sobre la expedición francesa de 1963 y visto las fotos de esa desafiante pared vertical de hielo. Discutíamos la ruta con José Luis Fonrouge, mientras él vivía en nuestra casa en San Francisco. Pero de la Patagonia argentina me enamoré al recorrerla en una avioneta chica en los años 60. Partimos desde Bariloche, parábamos en distintos lugares y llegamos hasta Usuhaia.
-¿Por qué eligió la Argentina y Chile para su proyecto de conservación?
-En Estados Unidos las trabas para crear PN son inmensas. Cuando vendí Esprit en el 89, mi segunda compañía, y salí de San Francisco buscando un lugar para "jubilarme" de los negocios, hastiado del hiperconsumismo, fui a Canadá y a Noruega. La Patagonia, a donde iba seguido desde el 61, era una posibilidad. Y por casualidad, como pasa muchas veces, un fotógrafo de National Geographic me llevó a recorrer un bosque de alerces en Chile. Cerca había un campo en venta, lleno de alerces. Lo compré compulsivamente y comenzó otro capítulo.
-¿El de la restauración ecológica?
-Sí. Compramos campos degradados para recuperar la salud de suelos, la belleza de paisajes y para reintroducir la fauna faltante. El hombre debe aprender a compartir el hábitat con todas las criaturas. Así avanzamos en Chile con el Parque Pumalín, que algún día será PN. A partir del 97, tuvimos un buen superávit bursátil y contactamos a ambientalistas argentinos para ver qué se podía hacer aquí. El gobierno de Menem nos invitó a recorrer el norte argentino. Querían crear un corredor verde entre el PN Baritú y el Calilegua. La Argentina, con 36 PN bien mantenidos a pesar de las crisis, tiene la cuarta red verde del mundo, detrás de Estados Unidos, Canadá y Zimbabwe. Compramos una estancia en Iberá y, más tarde, mi mujer esperó y adquirió Monte León, el campo de 66.000 ha de los Braun en Santa Cruz.
-¿Por qué genera tantas resistencias en Corrientes?
-No, eso pasa en todos lados. Es típico de la oposición política a la conservación. Pero en Corrientes eso va a cambiar. Las nuevas generaciones piensan distinto.
-¿Cómo lo toma en lo personal?
-Es parte del juego, ya estoy curtido. En Australia, Europa o la estepa rusa los locales siempre son resistentes a la preservación. Porque se tocan intereses y prevalecen otras visiones sobre el desarrollo.
-Lo acusan de querer adueñarse de las reservas de agua dulce.
-¡En 20 años se han dicho tantas cosas! Como activista ambiental, hay que enfrentar eso y más. Sólo en Monte León tuvimos suerte: le donamos a Santa Cruz las tierras cuando Kirchner era gobernador y luego él no tuvo objeciones en ceder la jurisdicción a la Nación.
-Invirtió US$ 400 millones, compró 810.000 ha y donó 85.000 al país. ¿Qué pasa con el resto?
-Tenemos 14 proyectos de conservación en total, pero son procesos lentos; hay que esperar las condiciones para donar las tierras con la certeza de que sean PN. Esperar otras veces a que los dueños quieran vender. A veces, hasta hay que esperar que cambie el presidente. Donamos ya dos PN [con la ampliación del Perito Moreno y el Monte León, el primer PN marítimo del país] y en unos meses saldrá otro en Tierra del Fuego, en Chile, justo en la frontera. Chile absorberá más donaciones porque allí tenemos más campos, pero los cinco PN allí demandarán más años. La Argentina tiene una mayor conciencia ecológica que Chile.
-¿No es una ironía que se haya desencantado del consumo capitalista que lo convirtió en millonario?
-El mundo está lleno de ironías y paradojas. Yo mismo me debato entre muchas otras.
-¿Cuáles?
-En un mundo hecho a mano, sin las megatecnologías que deslumbran al mundo moderno y que se aceptan sin reparos, no existirían los aviones. Mi única extravagancia es ésa. Pero no es difícil imaginar cómo el mundo podría estar en mucho mejor estado sin tecnología nuclear, agroquímicos en la agricultura, la minería, la TV, el motor de combustión interna, etcétera.
-¿Y que sea la filantropía de capitalistas la que solvente a las organizaciones que combaten el daño ambiental?
-No sé si se puede acumular riquezas sin un sistema más o menos capitalista. Pero el imperativo ético es reconvertir o dejar de utilizar las tecnologías dañinas para los ecosistemas. Hoy todo mi dinero se destina a la conservación, que incluye a mis granjas sustentables, aunque sólo éstas tienen fines de lucro. Se trata de encontrar modos de producción rentables, sin impacto ambiental. Nuestro caso testigo es un campo en Entre Ríos, Laguna Blanca, con policultivos orgánicos y ganadería controlada, que pasó por un arduo proceso de restauración.
-Lo tildan de "ecologista extremo", opuesto a todo desarrollo, ¿qué contesta?
-No hay una manera amable de decir que los negocios y las industrias gobiernan al mundo. Ha sido este modelo de desarrollo el que nos indujo no sólo al calentamiento global, sino a la crisis de extinción, con una especie por hora que deja este planeta para siempre. La biodiversidad es la vara que mide la salud del planeta. Estamos así por un capitalismo fuera de control. Hay que consumir menos y mejor. Cuanto más se informa y sabe, menos necesita. Algunas respuestas están en la agricultura ecológica, y no en la agroindustria; en el ecolocalismo, en la generación de energía local, en lo artesanal y no industrial; en la preservación y generación de belleza como un concepto que no debe estar ausente del discurso político y económico.
-¿Por qué cree que su filantropía genera sospechas?
-Porque aquí no tienen esa herencia cultural de generosidad y responsabilidad por la cual brilla Estados Unidos. Los ricos y no tan ricos, todos entregan parte de su dinero a las causas con las que se identifican.
-¿Cómo es un día en su vida?
-Son largas jornadas de trabajo duro y placer, a pesar de los dolores de cabeza. No creo en las vacaciones. Son un concepto creado por el industrialismo como excusa para enfrentar labores agobiantes física y mentalmente, que necesitan de una pausa para poder retomarlas.
-¿Y al final del día qué lo hace irse a dormir con una sonrisa?
-Bueno, enfrentamos una crisis ambiental enorme, con mucha inercia, ya que es parte del modelo económico. Cómo transformar sociedades, crear conciencia, establecer un cambio de paradigma en la elección de estilos de vida son temas que me desvelan. Uno mis esfuerzos a los que piensan cómo cambiar estos valores. Es necesario un cambio sistémico, que es un proyecto a 200 años, que reemplace este modelo de producción. Lo que me da satisfacción, entonces, es ver avances: suelos y paisajes restaurados, especies extinguidas reproducidas. Ensayamos un modelo de ecoagricultura en escala que es rentable y sirve de ejemplo. No sé si nuestros esfuerzos y los que haga cada uno son suficientes para revertir el daño. Pero éticamente uno se siente mejor a la mañana si descarga su responsabilidad social.
-¿Qué dicen sus hijas que no heredarán su patrimonio?
-Nada, ya está hablado. Ellas son independientes y no les falta nada. Hace 35 años que saben que yo no creo en las herencias. Tener dinero sin esfuerzo no sirve: malogra a los hijos, les anula su capacidad y potencial. Crecí en una familia con riqueza, con vecinos y amigos que tenían dinero y he visto lo mal que hacen las herencias.
-¿Cuál es su lugar en el mundo?
-Me siento medio argentino, medio chileno. Renunciaría a mi ciudadanía sólo si existiera un pasaporte sudamericano.
-¿Qué piensa del suceso del Ártico?
-Que el estado de cosas hace que hoy valga la pena ir a la cárcel por una causa justa. Los 30 no han sido los primeros en ser rehenes de un gobierno autocrático y tampoco serán los últimos.
-¿Cómo se describiría a sí mismo?
-Como un hombre intenso, enfocado, con determinación y atravesado por un fuerte sentido de la ironía.
BIO
Profesión: conservacionista, y filántropo ambiental
Edad: 70 años
Andinista y esquiador, fundador de The North Face y de Esprit, vendió sus empresas para abocarse a la conservación. Está casado con Kristine McDivitt, tiene dos hijas de su primer matrimonio, y su pensamiento está influenciado por el filósofo Arne Naess, mentor de la Ecología Profunda. Financia think tanks ambientales..
Edad: 70 años
Andinista y esquiador, fundador de The North Face y de Esprit, vendió sus empresas para abocarse a la conservación. Está casado con Kristine McDivitt, tiene dos hijas de su primer matrimonio, y su pensamiento está influenciado por el filósofo Arne Naess, mentor de la Ecología Profunda. Financia think tanks ambientales..